domingo, 30 de agosto de 2009

Enemigos públicos

T.O: Public Enemies
Dir: Michael Mann
Int: Johnny Depp, Marion Cotillard, Christian Bale
EEUU, 2009, 143'

Chicago, años 30
Si en Heat (id, 1996) Michael Mann efectuaba una asombrosa descripción de un entorno urbano a través de la historia de un atracador de bancos y del policía que le persigue, utilizando el teleobjetivo para aislar a los protagonistas de un entorno frío y hostil; en Enemigos públicos, ayudado una vez más por el director de fotografía Dante Spinotti, el director norteamericano se centra en la experiencia del tiempo: Enemigos públicos es una película rodada continuamente en presente, en la que las secuencias comienzan in media res, como la propia película; y la cámara no se despega del rostro de unos protagonistas en movimiento perpetuo. Todo ello para mostrar la vida tal y como la vivía John Dillinger (Johnny Depp), quien atracaba bancos principalmente para sentir la emoción del peligro y para quien el futuro no tenía ningún sentido.

A pesar de ser una cara película de época, en Enemigos públicos no nos encontraremos con una descripción precisa del Chicago de los años 30, pues los lugares aparecen solamente cómo fondo de las frenéticas aventuras de Dillinger. De la amplia nómina de personajes históricos que pueblan la película, (Desde los gangsters Pretty Boy Floyd o Baby Face Nelson hasta el director del FBI J. Edgar Hoover) sólo podremos individualizar a dos: a Dillinger y al agente del FBI que organiza su captura, Melvin Purvis, interpretado estoicamente por Christian Bale. (Más tarde se sumará el personaje de Billie Frechette , interés romántico del gangster incorporado por la francesa Marion Cotillard). Incluso algunos aspectos de la trama (Las relaciones entre la banda de Dillinger, o entre ésta y el crimen organizado) se exponen con cierta confusión; pero no importa demasiado: la película va donde vaya Dillinger, y a Dillinger le importan pocas cosas más allá de lo absolutamente inmediato.

En cierto modo, la película resulta bastante sencilla desde el punto de vista narrativo: a una primera parte de exaltación romántica de las aventuras del gangster, en la que incluso nos dan ganas de empuñar una tommy gun, le sigue una inevitable segunda parte en la que éste se enfrentará a su destino, mientras el agente del FBI Purvis pone el listón cada vez más alto en cuanto a brutalidad con el fin de acabar con el enemigo público número uno. En este sentido, la película de Mann se parece bastante a Mesrine (Mesrine, L’instinct de Mort; Mesrine, L’ennemi public numero 1, Jean Francois Richet, 2008) excelente (doble) film francés que resulta mucho más complejo en el aspecto psicológico y en cuanto a la descripción social, pero con menor inventiva audiovisual que la película que nos ocupa. Si Mesrine, otro enemigo público número uno que aterrorizó a la Francia de los setenta con el mismo instinto de muerte del que hacía gala Dillinger estaba soberbiamente interpretado por Vincent Cassel, en una composición sutil pero que dejaba claro que se trataba de un hijo de perra que disfrutaba con la violencia, aquí, Johnny Depp incorpora de manera icónica al clásico good bad boy , un héroe individualista y romántico que acaba siendo traicionado por enemigos peores que él.

Luz y oscuridad digital
Michael Mann es uno de esos directores de Hollywood que a los que les gusta exprimir al máximo todas las posibilidades técnicas que la industria cinematográfica más avanzada del mundo le ofrece. Su posición allí es algo anómala porque, a pesar de llevar más de una década dirigiendo artefactos que rondan los cien millones de dólares, rara vez ha tenido un éxito en taquilla. Por una vez, el prestigio profesional se impone al rendimiento económico. Al fin y al cabo, las películas de Mann están repletas de ideas visuales y siempre descubren nuevas maneras de rodar: durante los últimos años se ha dedicado a afilar el cine digital, aportando, por ejemplo, un nuevo tratamiento de los exteriores nocturnos en Alí (Id, 2001) o Collateral (Id, 2004). Como contrapartida, el ser un director obsesionado por las posibilidades técnicas de su oficio les resta a sus películas densidad dramática: en ocasiones acaban siendo frías disecciones de personajes caracterizados con mano de hierro.

Es cierto que de todo eso se le puede acusar a Enemigos públicos, ya que al fin y al cabo, solo llegamos a conocer más o menos bien las motivaciones del personaje de Johnny Depp, incluso su antagonista, Christian Bale, nos acaba resultando bastante opaco. Pero lo que no se puede negar es la inventiva audiovisual que despliegan Mann y el director de fotografía Dante Spinotti en la creación de atmósferas. La subjetivización de la experiencia, el control del tempo para lograr una narración en presente, son fruto de una serie de estrategias que empujan los límites expresivos del cine digital. Como suele ocurrir, el resultado disgustará bastante a los que esperasen una puesta en imágenes convencional de una historia de gángsteres.

Para empezar, la película fuerza al límite la sensibilidad de la cámara, hasta el punto de que aparece grano electrónico, algo hasta ahora inaceptable. El juego entre oscuridad y destellos de luz (los de las armas, por ejemplo, o los de las bengalas con las que se iluminan algunas escenas) sirve para crear una atmósfera incierta similar a los juegos de luces, sombras y oscuridad del cine negro clásico. Este planteamiento resulta notable en la secuencia del tiroteo en el bosque, una intensa set piece en al que los cineastas ponen todas las cartas encima de la mesa.

A este planteamiento atmosférico se le una planificación cerrada, con la cámara (bueno, una de las tres cámaras) siempre escrutando a los personajes, tan cerca de ellos y tan pendiente de sus movimientos que nos impide comprender el espacio en que se mueven. Ello hace que sus acciones se nos presenten tal y como sus personajes las perciben, la desorientación que sentimos es la misma que ellos sienten, la falta de puntos de referencia espaciales añade inmediatez a la narración. Enemigos públicos es una película en la que cada momento es el único que cuenta. Por supuesto, estos recursos son frecuentes en el cine de acción, empeñado desde hace una décadas en avasallar al espectador sin darle referentes espaciales ni temporales válidos. Pero en este caso, Mann fuerza los límites del procedimiento añadiéndole una profundidad psicológica y dramática insospechada.

Por supuesto, las películas de Mann nunca son bellas de una manera convencional. Sus encuadres oscilantes no resultan equilibrados, los rostros de sus estrellas se ven a menudo en sombras o escondidos detrás de elementos del decorado. En Enemigos públicos apuesta por dejar que la estética digital se adueñe de la pantalla, lo que ha desconcertado a los amantes de las fieles reconstrucciones de época. La película tiene una poderosa textura de video que explota de manera descarada en las secuencias de tiroteos nocturnos: destellos en medio de la oscuridad. Por supuesto resulta algo chocante en una superproducción de época, parece incluso que Mann haya aprendido algo del partido que David Lynch le sacó a una cámara de video doméstica en Inland Empire (Id, 2006). Pero ¿quien sabe? Dentro de unos años, estos recursos puede que sigan siendo una extravagancia, o se hayan convertido en un cliché. Al fin y al cabo es lo que suele ocurrir con todos los planteamientos novedosos.