miércoles, 25 de mayo de 2011

Medianoche en París

T.O: Midnight in Paris
Dir: Woody Allen.
Int: Owen Wilson, Rachel McAdams.
España, USA, 100' 2011

Woody Allen intentó filmar el guión de “Medianoche en París” en 2006, pero tuvo que desistir al no conseguir reunir el presupuesto suficiente. Es posible que esos cuatro años de espera hayan beneficiado al proyecto, ya que se trata de una de las películas más cuidadas de la última etapa del director. Apoyándose en un guión más redondo, resulta un soplo de aire fresco para una carrera que parecía deslizarse por la pendiente de la inercia y el acomodo.

Durante estos últimos años, obligado a afrontar una especie de exilio económico hacia tierras europeas, Woody Allen se ha sentido algo desplazado, algo inevitable tratándose de una persona que ha venido a representar la esencia de lo neoyorquino. No ha podido evitar filmar los lugares donde se emplazan sus últimas historias con los ojos de un turista, sea en la agradable comedia de veraneantes “Vicky Cristina Barcelona” (2008) o en el más sombrío drama “Match Point” (2005), cuyas localizaciones parecían salidas de una guía de Londres en 10 minutos. Por ello, resulta apropiado que París sea en su última película una ciudad más soñada que real, el fruto de un anhelo romántico más que cualquier consideración sobre la realidad de la capital francesa.

Gil Pender (Owen Wilson) es un guionista de Hollywood de naturaleza soñadora y romántica. Se encuentra de visita en París con su novia, la luminosa Rachel McAdams, aunque lo que le gustaría en realidad sería cambiar su residencia en Beberly Hills por una buhardilla en la ciudad de las luces, y sus encargos cinematográficos por la escritura de una novela que lleva largo tiempo a medias. Gil, como vemos, vive a medio camino entre la realidad y su imaginación, y el París que desea es más producto de sus lecturas que otra cosa. Pero esto es un cuento de hadas, y al sonar las campanadas de medianoche, se subirá en un viejo vehículo de época que le transportará al Montparnasse de los años 20, donde acabará siendo invitado a una fiesta cuyos anfitriones son Scott y Zelda Fitzgerald.

A partir de entonces, y a través de los escarceos nocturnos de su protagonista, la película nos sorprenderá con una serie de apariciones de personajes de la bohemia parisina en los tiempos de las vanguardias: Ernest Hemingway, con su actitud arrogante y su fraseo rítmico, queriendo parecerse a un personaje de sus novelas; Salvador Dalí (Impecablemente incorporado por Adien Brody) muy preocupado por los rinocerontes; Picasso, temperamental y perdido en sus líos de faldas; Buñuel, Man Ray, el torero Belmonte, y, presidiéndolo todo desde su imperial sillón, una imponente Kathy Bates como Gertrude Stein. Todos ellos responden a lo que nos podemos esperar de tales personajes, protagonistas de miles de anécdotas recogidas en memorias, bibliografías, diarios, recopilaciones de correspondencia. Está claro que Allen ama ese ambiente: el París de los años 20 ya había dado lugar a uno de los relatos más divertidos de su recopilación “Cómo acabar de una vez por todas con la cultura”.

Entusiasmado ante la posibilidad de compartir barra de bar con sus héroes literarios, Gil irá dejando de lado sus asuntos diurnos, especialmente tras la aparición de Adriana (Marion Cotillard), una joven tan soñadora como él que ha sido amante de Modigliani, Braque y Picasso. “Llevas el concepto de groupie del arte a un nuevo nivel”, le dice Gil, sin que ella se entere de mucho. Atraído por Ariadna, Gil se planteará quedarse a vivir en los años 20, pero tendrá que ponderar las consecuencias de vivir una vida en el territorio de sus fantasías.

El París de Woody Allen ha salido de sus lecturas y de viejas películas, pero eso no quiere decir que sea menos auténtico. En el París que recorre el personaje de Owen Wilson se entrecruzan las calles del nuevo milenio, los callejones de Montparnasse y el Maxim’s y el Moulin Rouge en pleno esplendor de la Belle Epoque. Una ciudad no sólo se extiende en el espacio sino también en el tiempo, y en las grandes ciudades, sobre todo cuando han tenido una historia tan intensa como la capital francesa, es inevitable sentir la presencia de los siglos en sus calles, de épocas que no han acabado de desaparecer del todo. “Medianoche en París” es la película de un turista que recorre la ciudad buscando los lugares de los que ha oído hablar millones de veces, pero también la visión de un paseante que se pierde por unas calles dejando que le lleven a un lugar que nunca antes había visto, quizá también a un tiempo en el que nunca antes había estado.

Ver las películas de la última década de Allen consistía a menudo en soportar una variopinta serie de actores tratando de imitar de manera invariablemente desafortunada el registro del neoyorkino. Allen puede que no sea el mejor actor del mundo, de hecho su registro es tan limitado que prácticamente se reduce a un solo papel, pero en ese pequeño espacio es, desde luego, muy bueno. Sus películas habían perdido bastante desde que se dio cuenta de que se había hecho mayor para resultar creíble emparejado con las jóvenes estrellas que contrata desde que Mia Farrow le dio el pasaporte. Ver a gente como Kenneth Branagh, Will Ferrell, Jason Biggs o Larry David imitando sus tics y recitando frases que sólo nos podemos imaginar en su boca se había convertido en una experiencia desconcertante.

Por tanto, no deja de resultar sorprendente que la presencia de Owen Wilson sea uno de los pilares que sostienen esta película. Su aspecto ya marca las distancias: Wilson es una persona que parece estar más en su ambiente en una playa californiana que en un oscuro bistró parisino, pero es precisamente ese contraste lo que le da interés. Su personaje rebaja el grado de neurosis y enfatiza el aspecto soñador; resulta menos nervioso, más calmado. No tiene esa obsesión perpetua por ser el último en decir algo gracioso y su voz es calmada, como sus paseos, casi flotantes, que inevitablemente le llevarán a perderse. Wilson hace fluir a la película en estado de incertidumbre entre el sueño y la vigilia, y aporta una nueva y agradecida variación al catálogo Allen de hombres occidentales desconcertados.

El terreno de la nostalgia siempre ha sido un campo frecuentado en las comedias de Allen: recordemos “Dias de radio” (1987), o “Balas sobre Broadway” (1994) . Pero “Medianoche en París” no es simplemente una película nostálgica, una visión complaciente sobre un pasado más o menos fetichizado, como lo era “La maldición del escorpión de jade” (2001), en la que Allen proyectaba los recuerdos del cine que había visto durante su infancia. En realidad, se trata de una comedia que reflexiona activamente sobre la añoranza de tiempos que no hemos vivido, sobre los encantos y los riesgos de huir de un presente decepcionante a través del recuerdo de un pasado que quizá nunca existió tal y como lo rememoramos. Para Allen, realista a pesar del vuelo de su imaginación, quizá tengamos que asumir que nunca podremos escapar de la realidad, pero la fantasía acaba resultando indispensable para enfrentarnos a su sinsentido.

“Medianoche en París” no es una obra maestra, ni está a la altura del mejor cine de Allen. Es una buena comedia, en la que la alegría propia del género se ve matizada por el punto de vista característicamente amargo del director, alguien que detesta la realidad y el presente, pero que sabe que son los únicos lugares donde se puede vivir. No hay que resolver las contradicciones, sólo aprender a vivir con ellas, ese es para Allen el secreto, sino de la felicidad, por lo menos de la confusión, el equívoco, el humor.

viernes, 6 de mayo de 2011

Trailers: Melancholia, Sleeping Beauty, Restless

El festival de Cannes comienza la próxima semana, y como todos los años, se desvelaran las películas de las que estaremos hablando el resto de la temporada. ¿Es que son realmente tan buenas o es que su eco mediatico esta sobredimensionado? En todo caso, todos los ojos del mundillo conematográfico estarán puestos en la costa azul francesa. Aquí van algunos avances:

Melancholia

Lars Von Trier es un fijo en el festival, y tras el escándalo que montó con "Anticristo", su incursion en el terror gore, ahora nos sorprende con una película de catástrofes: nada menos que un planeta que se estrella contra la tierra. El trailer es tranquilito, y, en la tradición de las buenas películas-espectáculo, se guarda más cosas de las que muestra. De todas maneras, algo me dice que esto no será un drama sobre el matrimonio.

Sleeping Beauty

Uno de los escasos debuts que se presentan en Cannes, tiene la apariencia de un cuento de hadas gótico y algo siniestro. Emily Browning interpreta a una jóven prostituta a quien drogan cada noche para inducirla a un sueño profundo durante el que sus clientes harán lo que quieran con ella. Al dia siguiente despertará sin acordarse de nada de lo ocurrido. Produce Jane Campion.

Restless

Inagurando Un Certain regard nos encontramos con otro habitual, Gus Van Sant, esta vez con una película más ligera de lo que acostumbra últimamente. Se trata de un romance entre dos jóvenes aficionados a los funerales, protagonizado por la estrella ascendente Mia Wasikowska y el hijo de Dennis Hopper, Henry