sábado, 18 de agosto de 2012

Prometheus


Dir: Ridley Scott

Int: Noomi Rapace, Charlize Theron, Michael Fassbender, Idris Elba, Guy Pearce. 

EEUU, 2012, 124'


 La nueva película de Ridley Scott, una revisitación del universo de Alien (1979), es una oportunidad inmejorable para observar cómo ha evolucionado en las últimas décadas el espectáculo Hollywoodiense.  Alien, su primer gran éxito y una película que ha originado hasta la fecha seis secuelas, era una ingeniosa película de terror modelo casas encantadas trasladada al escenario de una nave espacial.  Allí, un extraño depredador alienígena iba dando buena cuenta de la tripulación. Su argumento era extraordinariamente sencillo y su efectividad residía en la claridad de sus ideas visuales: el contraste entre el hierro y la carne, las paredes metálicas de la nave Nostromo y las vísceras humanas o extraterrestres que las salpicaban. El propio bicho, siempre visto en semipenumbra, tenía un aspecto entre orgánico y metálico, fruto de la imaginación del artista suizo H. R. Giger.
Vista tres décadas después de su producción, Alien parece pertenecer a otra era geológica en lo que a entretenimiento se refiere. La atención de Ridley Scott a la materialidad de los decorados, a los que dedica largos planos descriptivos de pasillos metálicos llenos de tuberías,  o de cabinas de mandos con pantallas parpadeantes hacen que pensemos estar viendo una película de Nuri Bilge Ceylan o algún otro director de estética contemplativa. La película reserva la energía para el enfrentamiento final, en el que los cortes de plano se suceden y las luces azules parpadean violentamente mientras la cuenta atrás sigue en marcha. Pero la modulación del énfasis (un comienzo sereno, casi inmóvil, como el ritmo al que avanza una nave por un espacio infinito, seguido de alteraciones rítmicas para señalar los momentos dramáticos) es un recurso que hace tiempo ha desaparecido de la paleta hollywoodiense.
El Space Jockey es el punto de unión entre Prometheus y Alien
Aliens (1986), dirigida por James Cameron, era un animal completamente diferente. Su escenario no era ya una nave de carga, sino un planeta entero. No había un solo Alien, sino toda una colonia. Y quienes se enfrentaban a ellos no eran simples trabajadores, sino soldados especialmente entrenados. Uno de los recursos de guión más originales de la película original, que la sangre del Alien fuese un ácido y por tanto no pudiesen acabar con él disparándole sin más, ya que destruiría la nave, queda anulada en esta película. La manera de terminar con los bichos es echar mano de la artillería, el campechano grupo de marines va armado con ametralladoras más grandes que ellos, y la película se estructura como una serie de enfrentamientos rodados frenéticamente, sin tiempo para detallar el cómo y el dónde. Eso ya era el cine de acción al que estamos acostumbrados.
Desde entonces, Scott ha ido adaptando su forma de hacer cine a los tiempos que corren. En estas tres décadas, ha llegado al cenit del cine contemporáneo (Blade Runner (1982) aparece entre las cien mejores películas de todos los tiempos en la última encuesta “oficial” de Sight & Sound) y a su nadir (La teniente O’Neill (1997), Hannibal (2001), etcetera, etcetera…) Desde que comenzó a trabajar con el montador Pietro Scalia a principios de la década pasada, su forma de rodaje consiste en disparar todas las cámaras posibles para cubrir la acción, a poder ser todas en movimiento, para que luego Scalia seleccione pequeños fragmentos de cada una de ellas, componiendo escenas lo suficientemente frenéticas, llenas de personajes que hablan a la vez o con un manto denso de efectos de sonido. Sir Ridley ha tenido momentos bajos en su carrera, pero desde hace unos cuantos lustros se mantiene sólidamente instalado entre los directores de clase A, los que pilotan las producciones más aparatosas de Hollywood.
La cosa va del origen de la humanidad.
Para Scott, volver al territorio de  Alien puede ser una manera de asegurarse un éxito: un retorno a los orígenes en busca de un refugio seguro, por lo menos desde el punto de vista comercial. Como dictan las normas del espectáculo, Prometheus es una película mas grande que sus predecesoras. Ya no se desarrolla en una nave, ni siquiera en un planeta, sino en un universo complejo. Su ámbito temporal abarca desde el principio de los tiempos hasta su posible final. La empresa propietaria de la nave en la primera película ha crecido: no sólo tiene un organigrama shakesperiano, sino incluso su propia estrategia de comunicación corporativa. El objetivo no es la supervivencia de la tripulación, ni siquiera de la humanidad, sino descubrir el que, el cómo y el porqué de la existencia. Aunque en realidad, todas estas películas cuentan la misma historia: el grupo que se enfrenta con el Alien se ve traicionado una y otra vez por los interesas de la empresa para la que trabajan, que suele tener planes ocultos con respecto a la criatura sin que les importe la supervivencia de sus empleados. Así que al terror frente a lo no-humano se le une el terror a lo quizá, demasiado humano.
La evolución no afecta al argumento, sino al universo en que se desarrolla la historia: cada vez mayor, más detallado, más complicado. El punto de partida de Prometheus es una de las escenas más misteriosas de la primera película, aquella en que la tripulación del Nostromo encontraba los restos de un misterioso ser fosilizado,  que quizá había pilotado la nave abandonada en que encontraban al alien. Era un apunte sobre el origen de la criatura, que no explicaba nada pero que señalaba hacia los misterios que quedaban fuera de la narración. Pronto se le conoció como el Space Jockey: los fans de la película especulaban sobre su origen. Ahora, ese misteriosos ser fosilizado tiene detrás toda una mitología: es un “ingeniero”, miembro de una raza de humanoides extraterrestres que son responsables, al parecer, de la creación de la humanidad, y que por alguna razón estaban pensando en destruirla.

Una nueva heroina, cientifica y religiosa.


Todo esto lleva la huella del guionista y coproductor Damon Lidelof, el tipo que ha escrito más capítulos de la serie Lost: una muestra más del influjo que las creaciones de J.J. Abrams están teniendo en el cine contemporáneo. Como sus ficciones televisivas, Prometheus  está llena de verborrea, giros argumentales pseudosorprendentes, montones de referencias a la cultura popular y un aire trascendental que acaba diluyéndose en la nada. Pero también el pulso narrativo y el placer de contar una historia que caracteriza lo mejor de la ficción de género. La influencia de la ficción televisiva, su dependencia de la palabra respecto a lo visual, es notable: Si en las dos primeras películas de la serie los personajes únicamente estaban definidos por sus labores profesionales, sin que los llegáramos a conocer demasiado personalmente, ahora cada uno de ellos viene con sus traumas, sus complejos y sus manía incorporados. Hasta el robot tiene conflictos de personalidad. 

Weiland Industries presenta su nuevo producto: el robot David 8.
Precisamente el androide David 8 que interpreta Michael Fassbender es el personaje más memorable de la nueva película: en un nuevo tour de force interpretativo para el actor británico, consigue situarnos plenamente en el valle de la inquietud, esa extraña tierra de nadie para los sentidos en los que  una criatura artificial se acerca casi por completo a lo humano sin serlo. Charlize Theron y Noomi Rapace comparten el rol de hembra alfa en esta nueva entrega: Theron, dura y angular,  parece un robot y nos hace sospechar se sus intenciones, mientras que Rapace, más suave y emocional, profundamente religiosa, sostiene el peso de la aventura, algo extraño para una saga que destacó por el protagonismo de la mujer fuerte y resolutiva que interpretó Sigourney Weaver.
Por lo demás esta película sufre una de las incoherencias más divertidas de la tendencia actual de las “precuelas”: aunque se desarrolla en teoría antes que los acontecimientos que se narran en el primer Alien, la tecnología que se muestra en ella es mucho más avanzada, y su diseño mucho más moderno, como si los cineastas estuviesen sugiriendo, sin quererlo, un futuro involutivo. Excepto la ropa interior de Noomi Rapace, que es claramente mucho más primitiva que la de Sigoureney Weaver.