jueves, 29 de noviembre de 2012

Holy Motors



        Dir:Leos Carax
  
Int: Denis Lavant, Edith Scob, Eva Mendes, Kylie Minogue

Francia, 2012, 115'



Uno tiene que tener cuidado con lo que desea, porque corre el riesgo de conseguirlo. Si te encuentras con la opera prima del cineasta francés Leos Carax, Boy Meets Girl (1984) y te parece la película de alguien que sigue los pasos de tantos poetas románticos y malditos, no estarás demasiado desencaminado. Rodada cuando el cineasta tenía 24 años, con un presupuesto ínfimo y en blanco y negro, combinaba un dramatismo cuasi-adolescente con una enorme capacidad para crear imágenes inolvidables. Era pretenciosa e ingenua de la manera que se es en ciertas etapas de la vida, su visión de la tragedia parecía salida de lecturas ensimismadas y de pinturas surrealistas más que de ninguna experiencia real. Lo que la hacía relevante era el innegable talento visual de su director. En el festival de Cannes Serge Daney se alegró de que el cine creara sus propios poetas malditos, sus propios Rimbauds. Había surgido un enfant terrible
 
Carax le tomó la palabra y su siguiente película fue Mala Sangre (Mauvais Sang, 1986), el título apropiado de un poema de Rimbaud. El protagonista fue otra vez Denis Lavant. Carax encontró el rostro de Lavant en un directorio de actores principiantes. Ese rostro. El rostro de Lavant nos indica más claramente que ninguna otra cosa que sus películas transcurren en otro mundo, un mundo quizá paralelo al nuestro, donde alguien con esa cara puede ser el héroe de una película, no digamos ya protagonizar un romance con Juliette Binoche. El actor venía del mundo del circo y además aportaba una fisicidad inesperada: Carax lo aprovechó haciéndole dar volteretas o bailar por las paredes en medio de cualquier escena. El actor protagonizó todas las películas de Carax menos Pola X (1999), cuando Guillaume Depardieu se llevó el papel protagonista de esa cinta, Lavant gruñó en alguna entrevista: “Está bien que Leos descubra que no todos los actores son tan flexibles”. En Holy Motors, Lavant interpreta once personajes (Denis Lavant x 11, se lee en los créditos) y uno sale convencido de que este tipo podría interpretar cualquier cosa, de que se podría (es más, se debería) hacer una película en que todos los papeles estén interpretados por una encarnación u otra de Denis Lavant.
          
Denis Lavant en Mala Sangre
Después de su segunda extravaganza, Carax recibió tratamiento de rock star y a ser visto como una especie de salvador del cine francés, perdido por entonces en una lucha identitaria entre los partidarios del espectáculo a la americana (Luc Besson, Jean Jacques Annaud) y los defensores de la tradición vanguardista de la Nouvelle Vague. Por entonces, Carax comenzaba a dar muestras de creerse su papel, y andaba implicado en un romance con su estrella, Juliette Binoche, un romance que se reflejaba en la manera en que la filmaba. Ese tipo de cosas que a veces sugieren cierta incapacidad a la hora de separar la realidad de la ficción. El paso siguiente confirmaría las sospechas: su próxima película sería una auténtica folie, en el que la línea entre el creador visionario y el enajenado común se traspasaría unas cuantas veces.    
        
            El desastre comenzó de una manera francamente estúpida. Lavant se rompió un dedo, probablemente dando volteretas por ahí, uno de los primeros días de rodaje. La producción había conseguido permiso para rodar en el Pont-Neuf, el puente más viejo de París, durante tres semanas, mientras estaba cerrado al tráfico por reparaciones; el permiso, obviamente, no podía prorrogarse. Carax se negó a cambiar de actor, se negó a ir a otra parte. Tenía la película en su cabeza, no iba a renunciar a ella. La solución fue inédita: se construyó un decorado del Pont-Neuf en un lago cercano a Montpellier, un decorado que incluía gran parte de las riberas del Sena con sus edificios cercanos, necesarias para las tomas desde el puente. Para lograr terminar la película, Carax tuvo que utilizar su carisma para convencer a un inversor tras otro, porque el dinero siempre se acababa. El rodaje se prolongó durante tres años, con muchas interrupciones. La relación con Binoche terminó mal. El rodaje se adentró en un territorio irreal. “Con Leos, no siempre es un trayecto fácil, como ocurrió con Los amantes del Pont-Neuf, donde nos sentíamos como si fuésemos prisioneros haciendo trabajos forzados. Hubo un momento en el que perdimos completamente de vista nuestros objetivos, y ya no podíamos entender lo que era real, lo que era ficción, y lo que eran las intenciones de los personajes. Fue una verdadera locura”, recuerda Lavant.

            La película fue la más vista de Carax hasta la fecha, y es aún la cinta más accesible y más apreciada de su director por el aficionado casual; nada de eso sirvió para compensar su desmesurado coste. Hubo quien se preguntó por qué la película más cara del cine francés hasta ese momento tenía que ser aquella historia de mendigos enamorados que habitaban en el Pont-Neuf, aquella cinta irregular y hermosa llena de escenas deslumbrantes y extrañas. El director vio como las cosas cambiaban de signo: la audacia se convirtió en temeridad, las convicciones en obsesión, la determinación en arbitrariedad. Carax quedó marcado para la industria del cine francés como alguien extravagante y poco confiable. 
Romanticismo y desastre: Los amantes del Pont-Neuf
            Tardó casi diez año en volver a rodar, pero cuando lo hizo, las cosas fueron aún peores. Pola X se estrenó en 1999 tras un rodaje sin incidentes reseñables, pero su acogida en el festival de Cannes fue más que nefasta. Adaptación de Pierre y las ambigüedades, una novela del autor de Moby Dick, Herman Melville, publicada en 1853, su trama muestra el recorrido de un joven escritor de éxito que abandona su vida cómoda y segura tras conocer a su desconocida y misteriosa hermana, que huye de una de esas masacres que se habían perpetrado en Europa durante aquella década.  Era un intento de hacer una obra de madurez, y resulta su cinta más solemne, la única que no tiene ningún sentido del humor. Paradójicamente, fue recibida con un enorme cachondeo: la crítica se partió con el drama incestuoso y el simbolismo jungiano, con el papel de Catherine Deneuve como madre dominante que intenta seducir a su hijo de maneras no demasiado sutiles. 

El director ya sospechaba algo de eso: “Ten cuidado- le advierte la editora al escritor que interpreta Guillaume Depardieu- Sueñas con escribir una obra de madurez, pero tu encanto reside en tu inmadurez. Sueñas con prender fuego a Dios sabe que, con alzarte por encima de tu época como una nube deslumbrante, dejando a todo el mundo aterrorizado y admirado. Pero tu no has nacido para eso, Pierre. Ni siquiera te lo creerías tu mismo” ¿Y si el encanto del cine de Carax estaba en su inmadurez? ¿Y si su atractivo no era más que música pop y fuegos artificiales? Pola X hizo que recibiera el tratamiento de ídolo caído, falso poeta, mientras el festival de Cannes encumbraba el cine de los Dardenne o de Bruno Dumont, cuyo minimalismo visual y  psicologismo conductista estaba en las antípodas de las elaboradas fantasías visuales de Carax. El ostracismo duró trece años. En cierto sentido, le fue bastante mejor que a Melville, quien no volvió a publicar otra novela en los cuarenta años que le quedaron de vida tras Pierre y las ambigüedades
El lugar en que pasan la noche las limusinas

Nadie echó de menos a Carax durante estos trece años, lo cual hace más sorprendente el entusiasmo con el que fue recibida Holy Motors en el último festival de Cannes. Quizá es que a todos lo viejos rockeros les llega su revival, quizá es que, con David Lynch dedicado últimamente a sacar discos de música electrónica y promocionar la meditación trascendental, necesitábamos a alguien que practicase el arte del ridículo sublime, que hiciese esa clase de películas que nos cuesta creer que puedan imaginarse, no digamos ya financiarse y rodarse. Carax reaccionó a la algarabía soltando extraños epigramas en la rueda de prensa: “El cine es una bonita isla, tiene un gran cementerio” o “¿El público? No sé quien es el público, solo sé que es gente que va a estar muerta dentro de poco”

“Seguimos veinticuatro horas de la vida de un ser que viaja de vida en vida, -
cuenta la sinopsis- como un asesino solitario y frío yendo de una presa a otra. En cada una de estas vidas cruzadas hay una identidad distinta: a veces hombre; a veces mujer; a veces joven; a veces viejo moribundo, a veces miserable; a veces adinerado. Por turnos será asesino, mendigo, director general, criatura monstruosa, trabajador, padre de familia…Se entiende que Denis Lavant interpreta todos los papeles metiéndose de lleno en cada uno, pero ¿Dónde están las cámaras, el equipo de cine, el director? Parece estar terriblemente solo, agotado de tener que encadenar todas esas vidas que no son su vida, de abrazar mujeres y niños que no son los suyos. Pero también a veces, a la inversa, se nota su dolor, por tener que dejar tan pronto la escena terminada, esos seres que él ya no hubiera querido abandonar. ¿Dónde está su casa, su familia, su descanso? “ 
Eva Mendes y Denis Lavant en Holy Motors
Lavant recorre París en una cavernosa limusina extralarga conducida por Edith Scob, que utiliza como camerino. Allí se caracteriza para cada una de las escenas que representa a lo largo del día y hasta la noche. En ellas es un asesino que tiene que arreglar una cuenta pendiente; un padre que trata de comprender a su hija adolescente o una criatura inmunda surgida de las alcantarillas que secuestra a una top model. Qué contexto tienen estas escenas, qué han hecho los personajes que interpreta Lavant antes de llegar ahí, no lo sabemos. Todo eso aparece en unos informes que el actor memoriza antes de entrar en acción. Parte de la fascinación narrativa de Holy Motors es descifrar esos contextos: es una película de fragmentos narrativos que parecen ser parte de una totalidad que nunca conoceremos. 

Carax siempre ha sido un director de excelentes escenas aisladas, que a menudo ha tenido problemas a la hora de darle a sus películas un tono uniforme: sus meteduras de pata tonales son bastante notables.  Por ello, un experimento como el de esta cinta es ideal para desarrollar la capacidad de sorpresa y asombro sin demasiadas preocupaciones por la coherencia del conjunto. Como si el líder de una banda les dijese a los músicos que el próximo disco fuese a contener solamente singles, cada escena resulta original en su propia medida, cada una de ellas parece pertenecer a una película diferente, con un estilo de cine completamente distinto. Como si fueran las películas posibles que su director no ha podido rodar durante todos estos años, como si hubiese desbordado su creatividad en mil direcciones a la primera oportunidad que ha tenido en mucho tiempo. La película está recorrida por la tensión entre el fragmento y la totalidad, y cada espectador deberá decidir si se trata de la peripecia de un único personaje o una sucesión de escenas inconexas con sentido en sí mismas. Esa indeterminación es uno de los puntos de fuga de esta película abierta e inesperada. 

Lavant recibe una visita en su limusina-camerino


Tras un intermedio en el que Lavant toca el acordeón en una iglesia, el viaje continua, aunque algo ha cambiado en la relación entre la historia de este personaje y las historias que interpreta, en esa extraña relación figura-fondo entre las escenas y la película que las contiene. Ahora, la historia del actor toma la delantera a la de los personajes que encarna: se despide de una compañera de oficio con quien acaba de interpretar una escena de muerte, mientras ella sigue llorándole, como si su función no hubiese terminado. O se reencuentra con un viejo amor, Kylie Minogue, con quien rememora el pasado durante el escaso tiempo que tienen mientras ella espera a su compañero de reparto, con el que interpretará el cruel destino de una azafata de líneas aéreas. Parece que hubiera montones personajes como Lavant, recorriendo París de interpretación en interpretación. Así, el mundo en que se desarrolla la película aumenta su alcance, las posibilidades que tenemos para interpretarlo se expanden. 

Visualmente, la película muestra la evolución del director desde la imagen más pictórica de sus primeras películas, elaborada por el director de fotografía Jean-Yves Escoffier (fallecido en 2003) a la luz más de apariencia más casual y naturalista de Caroline Champetier. Carax ha pasado del celuloide al video, y motivado por un presupuesto ajustado, ha llevado a cabo un rodaje ligero, con una preparación menos ardua que las películas con las que comenzó su carrera. El resultado es una película estéticamente más sencilla, que busca la extrañeza en elementos visuales cotidianos, y en la que aparece un París reconocible pero extraño, un París de grandes almacenes abandonados, de tétricas naves industriales propicias al asesinato o mansiones de lujo de con aspecto de fábrica y donde los monumentos o los lugares más emblemáticos aparecen entrevistos desde las ventanas o rodeados velozmente a través de una autopista. 

Artefacto audiovisual inclasificable, del que únicamente se puede disfrutar sin prejuicios y con disposición a la sorpresa, Holy Motors puede ser una reflexión esquinada sobre el arte de narrar, una declaración de que el trabajo bien hecho es su propia recompensa (la belleza del gesto) o un catalogo de escenas WTF infinitamente troceables via Youtube. Si entre las imágenes aparece también algún soplo de tragedia, alguna huella de tristeza fugitiva aunque perceptible, de una manera innegablemente auténtica, es porque el camino recorrido también ha dejado presentes sus huellas, sus heridas. 
Bonus Track: Who Were We?, la canción que canta Kylie Minogue en la película, Compuesta por Neil Hannon, de The Divine Comedy