lunes, 21 de enero de 2013

La noche más oscura

-->

T.O: Zero Dark Thirty



Dir: Kathryn Bigelow


Int: Jessica Chastain, Jason Clarke, Kyle Chandler


EEUU, 2012, 157'
 









Kathryn Bigelow triunfó con En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008) atravesando  un territorio en el que muchos otros cineastas habían fracasado: las experiencias de los soldados que combaten en la “guerra contra el terror”, desplegados en Irak o Afganistán. Eligió narrar la historia de un comando de artificieros encargados de desactivar bombas trampa, un grupo hombres de acción en una misión casi suicida que no necesitan ninguna clase de motivación excepto hacer bien su trabajo. Reduciendo el campo de visión a estos hombres que arriesgan sus vidas para salvar las de otros, mientras son observados por rostros árabes oscuros, anónimos y desenfocados que se perciben como una amenaza latente, Bigelow y el guionista Mark Boal contaron la historia que la sociedad americana podía escuchar sobre las campañas militares de este siglo XXI. Ahora, con La noche más oscura, se amplia el campo de batalla: la directora narra la persecución por parte de los servicios secretos estadounidenses de Osama Bin Laden, una persecución que, como todos sabemos, terminó con la incursión nocturna que llevaron a cabo las fuerzas especiales norteamericanas en su fortaleza secreta de Abbottabad, Pakistan.

Como suele ocurrir con películas que tratan temas tan cercanos a la actualidad, la cinta de Bigelow ha sido recibida con polémica por parte de muchos sectores, desde la CIA (que ha emitido un comunicado poniendo en duda la veracidad de lo narrado) hasta varios senadores y activistas políticos, que acusan a los cineastas de llevar a cabo una apología de la tortura. Está claro que en esta trama hay bastantes elementos que perjudican el inestable equilibrio que la cineasta había conseguido en su película anterior, elementos que hacen enfrentarse a la sociedad estadounidense con facetas de su política exterior que no forman parte de la narrativa oficial. La historia de las decenas de películas de Hollywood que durante esta década se han acercado a la intervención estadounidense en oriente medio es una triste historia de silencios, miradas desviadas y vacíos narrativos que sugiere un agujero en la cultura norteamericana, como si no supiera se cómo narrar esa parte de su presente, a pesar de que algunos de sus aspectos más oscuros, precisamente los que las películas no se atrevían a tocar, eran constantemente noticia en los periódicos y la televisión.

Zero Dark Thirty también es la historia de una mujer en un mundo de hombres
La narrativa Hollywoodiense se ha caracterizado por mantener una cierta ambigüedad ideológica a través de un complicado sistema de contrapesos dramáticos, el más importante de los cuales quizá sea la creación de antagonistas que estén al mismo nivel que los héroes en el entramado dramático. Una película de Hollywood intenta incluir a todo el público en el espacio narrativo, dar a cada uno por lo menos sus razones. Pero, aparte de los recelos que despiertan entre la audiencia las películas directamente políticas, los cineastas no han sabido desarrollar dramáticamente este conflicto bélico, y una de las razones principales es que no han sabido caracterizar al enemigo al que se enfrentan: los iraquíes o afganos aparecen retratados como una masa indescifrable e indistinguible, movida por motivos irracionales, que siempre representan una amenaza latente. La única posibilidad de contacto con el mundo árabe en esas películas consiste en que el protagonista se encuentre con algún árabe  que hable perfectamente inglés, escuche música pop anglosajona y sueñe con vivir  en Nueva York. Es quizá la única forma que tiene los guionistas más liberales de mostrar que en Oriente Medio hay elementos redimibles. El resto es una masa anónima y amenazante con una aterradora tendencia a volar en pedazos. Por ello, resulta curioso descubrir los esfuerzos de Bigelow y Boal por lograr el equilibrio adecuado del espectáculo, logrando que la narración sea lo suficientemente ambigua para atraer al público de todas las tendencias, sobre todo teniendo en cuenta que se estrena en año electoral. Para ello tienen una baza con la que otros cineastas no contaban: por una vez, la “guerra contra el terror” tiene una historia inequívocamente triunfal.

La cinta comienza con las voces de las víctimas de los atentados del once de septiembre sobre una pantalla en negro: últimas llamadas, peticiones de auxilio, despedidas. Cuando en unos segundos la película nos trasporte a una cárcel secreta de la CIA, dos años después de los atentados, ya sabemos que estamos en una revenge movie: una película de venganza. Un agente (Jason Clarke) de manera eficaz e impersonal, tortura a un detenido: le golpea, le desnuda y le hace andar a cuatro patas con una correa de perro, practica la asfixia simulada. Mientras tanto, el personal de oficina examina documentos, recita nombres de lugares en oriente medio, siglas, sospechosos y detenidos. Hablan rápido de cosas que el espectador no conoce, como hace a menudo la gente en las películas para demostrar que son expertos de un campo muy complejo. Todo es bastante confuso, pero pronto se perfila una trama y una protagonista. La trama sigue la pista de Abu Ahmed, el escurridizo correo de Bin Laden, con la esperanza de que encontrar a ese hombre  les conduzca hasta el líder de Al Qaeda.  La protagonista, Maya, la joven recién llegada, convertirá esa pista en una obsesión y se empeñará en seguirla hasta el final.

Maya, encarnada por la etérea presencia pelirroja de Jessica Chastain, es más una idea que un personaje. Parece no tener vida propia que no tenga que ver con la CIA, con la misión; su propio nombre parece una clave propia del mundo del espionaje. Da la sensación de no existir fuera de las secuencias de la película, como si realmente no le ocurriera nada entre un plano y el siguiente. El guión la muestra participando en todas las etapas de la investigación, desde los interrogatorios en las cárceles secretas, el atentado en el hotel Marriot de Islamabad, el ataque sobre Camp Chapman, en Afganistán, y por supuesto la ofensiva final. Más que una persona, Maya es una línea que conecta puntos aislados de una década tremendamente confusa. Da la impresión de ser uno de esos personajes fabricados reuniendo las experiencias de varias personas reales, como si los cineastas necesitaran concretar la secuencia de los hechos  mostrando detrás de todo ello una presencia humana, una voluntad, a costa de despojarla de personalidad. Su único rasgo de carácter es una insobornable tenacidad, que en algunos momentos puede llegar a alcanzar el rango de obsesión.

Jessica Chastain es nuestra guia en la persecución de Bin Laden
Maya se muestra decidida a seguir la pista que cree correcta hasta el final, pero ¿cómo saber que no está en un error? En el mundo de espionaje y vigilancia que muestra la película los datos de información forman un inmenso mar del que se hace casi imposible extraer algún sentido. Todo resulta tan incompleto, tan confuso, que un mero patrón de comportamientos aparentemente banales es más revelador que muchos datos concretos. Las cosas de las que un sospechoso no habla por teléfono con su madre, por ejemplo. O el hecho de que nunca vaya dos veces al mismo sitio por el mismo camino. Eso se llama tradecraft: artes del oficio, el trabajo de los agentes consiste en reconocerlas entre una maraña de comportamientos humanos caóticos. Se trata de  procedimientos adquiridos mediante la experiencia de las actividades secretas, procedimientos en los que los agentes de los servicios de inteligencia también son bastante diestros.

Por supuesto, Bigelow también tiene su tradecraft, empleada para elaborar la puesta una puesta en escena acorde con el realismo cinematográfico del año 2012, un concepto de realismo mediado, como siempre, por las imágenes construidas por los medios de comunicación sobre los acontecimientos reales. Las técnicas de la directora incluyen el uso de múltiples cámaras  en movimiento combinadas con un montaje rápido que provoque la sensación reacciones simultáneas. Encuadres desbordantes de presencias en primer término: figurantes, vehículos en movimiento, etc. , que se interponen entre la cámara y los actores para sugerir un entorno inabarcable. Imágenes de todo tipo de dispositivos: cámaras de vigilancia, pantallas de ordenador, toda clase de monitores y gráficos vía satélite que le sirven a la directora para aumentar el efecto de realidad. Rodaje con cámaras ocultas en los abarrotados mercados de India, para captar esas abigarradas masas humanas imposibles de reproducir con figuración. Y, por supuesto, la construcción en Jordania de una réplica de la fortaleza de Bin Laden convenientemente dotada de paredes móviles para que la steadicam pueda seguir a los Seals en su operación. También  la manera de detener el ritmo de la película súbitamente cuando se aproxima un estallido de violencia: Maya toma un trago de vino en un raro momento de relajación en el restaurante del hotel Marriot, unos segundos antes de que explote la bomba; el coche de un supuesto confidente se acerca lentamente a la base haciendo que el aire se llene de premoniciones: será casualidad o no, pero justo en ese momento un gato negro cruza la pantalla. La joya de la corona es la set-piece final, el asalto a la fortaleza que ocupa en pantalla apenas unos minutos menos de lo que duró en la realidad. Es un ejercicio de detención del ritmo y de multiplicación de los puntos de vista, de imágenes mediadas por dispositivos tecnológicos, de coreografía de cuerpos en acción en la que la directora despliega todos los recursos de su estilo.

La visión de la realidad aparecea a menudo mediada por la tecnología.
 Dramáticamente, el campo de batalla que perfila La hora más oscura se desarrolla con una combinación de claridad y ambigüedad propia de la narrativa Hollywoodiense. Bin Laden está fuera de la sociedad, la película nunca cuestiona la orden de matarlo, ni plantea la posibilidad de que tuviese un juicio justo, como cualquier criminal. El conflicto real de la película se centra más bien en cómo atraparlo, un conflicto que enfrenta a la estrategia y determinación de Maya con la fuerza física y la profesionalidad de los hombres que la rodean, expertos en el uso de la violencia. La forma en que los cineastas presentan las escenas de tortura es un ejercicio de ambigüedad delicadamente calculado. Puede ser una técnica más, desagradable, pero necesaria, en una guerra contra un enemigo fanático que no se detiene ante nada. En la cinta, las torturas se aplican con rigor profesional, sin sadismo, sin la diversión obscena que se apreciaba en las fotos de la prisión de Abu Ghraib. Quienes las llevan a cabo pagan un precio por ello: el agente Dan expresa más tarde su deseo de dejar ese trabajo después de haber visto “demasiados hombres desnudos”. Por otro lado, el hecho de mostrar estos métodos pone en cuestión la imagen que Estados Unidos siempre ha mantenido, por lo menos de puertas hacia fuera, sobre su política exterior. Las torturas convierten a los norteamericanos en algo parecido a lo que pretenden derrotar, su apariencia de profesionalidad no es más que una distancia emocional que les separa del mundo que les rodea, una separación que puede llegar a trastornarles gravemente.  Ni siquiera se muestra que la tortura sea especialmente eficaz: la información se consigue más bien mediante un toque de astucia por parte de Maya que mediante el uso de la violencia. Esta ambigüedad es un clásico ejemplo de la vaguedad ideológica propia de Hollywood, vaguedad que responde a la intención de atraer a la mayor cantidad de público posible. A pesar de todo esto, el mundo femenino de Maya y el mundo masculino de los agentes se interrelacionan y la cinta acabará sugiriendo que ambos enfoques fueron necesarios para llevar a cabo la misión.

Se ha comentado que el suspense de la película no decae en ningún momento a pesar de que todos conozcamos el desenlace. En realidad es precisamente el hecho de que sepamos como termina todo lo que hace aumentar la intensidad de la película. El hecho de ver el desarrollo de un acontecimiento histórico es lo que da importancia a detalles y momentos que de otra manera serian banales, cargándoles de relevancia y significado. Es lo que hacer ver una línea clara y definida, una progresión en lo que de otra manera sería una sucesión de acontecimientos sin demasiado sentido. Bigelow y Boal estaban preparando otro proyecto sobre la fallida caza de Bin Laden en las montañas de Afganistán tras los atentados del 2001. La muerte del terrorista cambió el destino de ese proyecto  por completo, en un ejemplo de cómo un único acontecimiento puede cambiar el sentido de toda una serie de hechos. ¿Qué sensación habría dejado el proyecto originario de los cineastas? ¿Cuál podría ser  el modo de unificar una trama que habría quedado en lo esencial sin resolver? ¿Qué pensaríamos entonces de la determinación de un personaje como Maya, o de la sobria profesionalidad con la que los gentes usan la violencia como herramienta de trabajo?