martes, 5 de febrero de 2013

Django desencadenado



T.O: DJANGO UNCHAINED

DIR: QUENTIN TARANTINO
INT:JAMIE FOXX, LEONARDO DI CAPRIO, CHRISTOPH WALTZ, SAMUEL L. JACKSON, KERRY WASHINGTON 
EEUU, 2012, 165'



Ningún cineasta ha capturado la imaginación cinéfila en las tres últimas décadas como Quentin Tarantino. Surgió como una revelación del festival de Sundance, el lugar del que todo el mundo comenzaba a hablar como el semillero del talento más innovador del cine estadounidense. Era el año 1991, y la película, Reservoir Dogs, cine negro barato con un reparto de actores de carácter que sorprendió con unos diálogos ingeniosos y obscenos, además de una  violencia extrema rodada con  mirada irónica. Se comenzó a forjar la leyenda de Tarantino: se hablaba de las puertas cerradas del cine de Sundance en que se presentó su ópera prima para evitar la estampida del público ante las escenas más brutales; de su pasado como dependiente de videoclub, fagocitando todo el cine que había en las estanterías del establecimiento. Su siguiente película, Pulp Fiction se convertiría en el título que definiría a una generación de aficionados, sus personajes y sus situaciones llegarían a alcanzar una ubicuidad que solo está destinada a los verdaderos iconos de la cultura popular.  

            Hacia finales de los años 90 todo Hollywood, dependiente o independiente, estaba rodando películas con asesinos de poca monta que discuten de banalidades antes de darle al gatillo, con abundancia de masacres chistosas. El patrón tarantiniano estaba a punto de convertirse en su propia parodia por mera repetición. Entonces, el director dio un giro a su estilo con las dos entregas de Kill Bill: exploró los archivos del cine de género modelo exploitation que hasta entonces se encontraba en la parte oculta de la memoria cinematográfica (espagueti western, kung fu, blacksploitation, slasher, etc y más etc) para trocear sus hallazgos, remezclarlos y servirlos, como si fueran cócteles o como si Tarantino fuese un dj que consiguiese sus éxitos sampleando viejos temas olvidados, con saltos de estilo, tono y género a veces en la misma escena. Los entendidos comenzaron a jugar a detectar las referencias, y las había en todas partes: en la música, en las imágenes, en el atrezzo. Pero esas películas no eran simplemente un ejercicio de estilo posmoderno, sino que se sostenían en sí mismas como espectáculo, aunque para ello Tarantino había renunciado al tono de ironía nihilista que cruzaba los destinos de sus anteriores personajes para proponer una narración motivada por un impulso tan simple como la venganza.

            Si todo arte es en cierta medida autobiográfico, comenzaba a quedar claro que las experiencias más importantes de Quentin Tarantino habían sido vividas frente al rectángulo de una pantalla. La mayor parte de la cinefilia del director de Tennesse tiene como objeto películas producidas durante la década de los setenta, una década que el nacido en Knoxville comenzó con siete años y terminó con diecisiete, es  decir, su etapa formativa como espectador. Si sus películas de los años noventa rememoraban el estilo del cine negro con fotografía realista, tono directo y ambientación destartalada; su cine del nuevo milenio se desarrollaba en un terreno más fantástico, salido de las mitologías del western o del cine de artes marciales, en los que los personajes no respetan las leyes de la física ni los argumentos siguen las reglas de la dramaturgia. Los setenta fueron un década confusa, dominada por la paranoia y diversas formas de violencia política, que se reflejó de diversas maneras en la cultura popular del momento. Sea de manera consciente o de forma inadvertida, las últimas películas del cineasta norteamericano no pueden esquivar esas resonancias.

Jamie Foxx demuestra sus aptitudes como héroe icónico
            Estamos en algún lugar de Texas, dos años antes de la guerra civil. Django (Jamie Foxx) es “el sexto esclavo encadenado en una cadena de siete”, hasta que aparece King Schultz (Christoph Waltz), su interesado libertador. Con el mismo gesto con que se despoja de sus cadenas Django reclama el primer plano, pasando de figuración a héroe en un solo instante. Schultz es un alemán que se hace pasar por dentista, pero en realidad es un cazador de recompensas: algo parecido a un tratante de esclavos, le explica a Django, sólo que comercia con cadáveres, no con personas vivas. Necesita la ayuda de Django para encontrar a los malvados hermanos Brittle, a quienes se busca vivos o preferiblemente muertos. La asociación funciona, y Schultz le ofrece a Django seguir con su trabajo en equipo. El antiguo esclavo confiesa que podría acostumbrarse a matar blancos por dinero. Su colaboración respeta la formula de las películas de compañeros improbables: el alemán es una especie de cómico deslenguado con cierta propensión a la teatralidad, mientras que Django es el héroe con no demasiada afición a las palabras y que cuida sus movimientos consciente de que cada una de sus imágenes puede aparecer en la marquesina de algún cine. Schultz hace de mentor de Django y lo convierte en un gran pistolero, sus enseñanzas incluyen matar a un hombre delante de su propio hijo. “Este es un mundo sucio y si quieres desenvolverte en él tienes que ensuciarte tú también” , le dice; Django aprende la lección. Después, decidirán rescatar a la mujer de Django, Broomhilda, que ha sido vendida al cruel Calvin Candie (Leonardo Di Caprio)

            Si como Dj Tarantino es ecléctico y le gustan los cambios bruscos (de la música sinfónica al country y de ahí al rap), como cineasta somete a sus personajes a continuos cambios de tono: hay escenas que bordean la parodia (esa banda de linchadores con problemas de visión por culpa de los trapos que se han puesto en la cabeza, puro delirio chanante) hay otras que se acercan al videoclip soñado por algún rapero (Jamie Foxx repartiendo disparos mientras suena Tupac sampleado con James Brown) El cine de Corbucci aparece citado constantemente, por supuesto, aunque la mayor influencia en cuanto al estilo sea el empleo del zoom ultrarrápido tan característico de la época. Tarantino es capaz de modernizar viejos recursos cinematográficos, pero es consciente que sus rasgos más distintivos como cineasta son los diálogos envolventes, la creación de atmósferas mediante la banda sonora y la combinación de elementos visuales anacrónicos. Aun así, a pesar de la mezcla de elementos tan diferentes, el resultado no se parece a nada que hayas visto antes, excepto a otra película de Tarantino.



Disparos, James Brown y Tupac: Jamie Foxx nunca habría soñado un videoclip así para su carrera de rapero

            Durante la última década, sus películas han recorrido un camino que las ha llevado de un universo más abstracto a uno cada vez más concreto. Si Kill Bill se desarrollaba en un mundo poblado por samurais y yakuzas con escaso parecido a la realidad, Malditos bastardos estaba ambientada en un momento histórico concreto, la segunda guerra mundial, aunque filtrada por las representaciones de la misma que había hecho el cine bélico europeo de tercera fila. Los nazis aparecían como los malvados de repertorio por excelencia del cine de género más que como figuras históricas concretas. Cuando se le reprochaba la extrema violencia de la película, Tarantino contestó que quien se podía quejar por que hubiera sido demasiado cruel con los nazis. Malditos Bastardos era una lucha contra un enemigo exterior irredimible, hubo quien la comparó a la "guerra contra el terror" en que se había embarcado la administración estadounidense durante la pasada década. Por el contrario, Django desencadenado ocurre más cerca de casa, en una América dividida, un país que se acerca a una guerra civil y en el que el héroe se enfrenta a un enemigo interno. La frase más repetida de la película se produce cuando Calvin Candie se sorprende al ver como Django no pestañea mientras contempla como un esclavo es despedazado por sus perros, al contrario que su compañero alemán. “Él no es de aquí. No está tan acostumbrado a los americanos como yo”, le responde Django.

Christoph Waltz repite con Tarantino después de ser la revelación de Malditos Bastardos
            El territorio que recorren los protagonistas está lleno de una mezcla absurda de elegancia aristocrática sureña y violencia grotesca: un exquisito club de caballeros en cuyo elegante salón los esclavos pelean a muerte como entretenimiento; la elegancia de las mansiones de estilo neoclásico junto a las cuales se abren pozos donde se arroja a los esclavos que intentan huir. Este panorama es un desafío para Django, un héroe que sigue la senda individualista y solitaria de sus antecesores: no se trata de enfrentarse a un villano concreto, sino a todo un orden social que posibilita su existencia.  Para nuestro héroe, esto significa una ambivalencia entre la actitud puramente individual que le pide rescatar a su mujer y huir al norte, y el hecho de representar, lo quiera o no, las esperanzas de libertad de todo un colectivo. Django no llegará a resolver esa contradicción, y la película se limita a reflejarla con cierta ambivalencia.

            La supervivencia en su difícil misión obliga a Django y Schultz a utilizar la astucia y adoptar nuevas personalidades. Para acercarse a Calvin Candie fingirán estar interesados en la compra de alguno de sus “mandingos” (esclavos a los que se les obliga a pelear, de los que no existen evidencias históricas y que Tarantino ha sacado de la película del mismo título de 1975). Django se hace pasar por un tratante de esclavos, alguien que está por encima de sus compañeros de raza. Si su estratagema le obliga a adoptar a veces un comportamiento abiertamente racista, los límites de su planteamiento de héroe individualista quedarán establecidos cuando aparezca Stephen (Samuel L. Jackson), el capataz negro de Candie, que disfruta de una posición que le permite familiaridades con los blancos a costa de una inusitada crueldad con los de su raza. Es un negro racista, que ha buscado su lugar en la escalera social de la esclavitud adaptándose a la situación sin pensar en sus implicaciones. Jackson lo interpreta con una mezcla de violencia y temor en la mirada que revela que el personaje vive aterrorizado por el mundo que le rodea. En él, Django encuentra a su verdadero antagonista: cada uno de los dos representa dos formas de sobrevivir a la violencia mediante la violencia. 

Samuel L. Jackson es Stepehen, un negro que le hace el trabajo sucio al dueño de la plantación. 

 En ese enfrentamiento, Tarantino está a punto de afrontar las limitaciones del héroe solitario a la hora de enfrentarse a un problema que supera el alcance de lo individual, aunque como era de esperar no llega a hacerlo,  y se limita a resolver las cosas mediante un tiroteo sincopado y una explosión de dinamita, a ritmo de funky o de rap. Algo que pone de  manifiesto también los límites de la dramaturgia del director, a menudo atrapada en su espectacular laberinto de ficciones. Pero aunque la motivación para hacer una película ambientada en la época de la esclavitud fuese el hecho de que a Tarantino le pareciese lo más apropiado para un western despiadado al estilo Corbucci, esta película acaba reflejando un malestar cultural: un país dividido, unos enemigos que no están fuera de la civilización (como los indios, los nazis o Bin Laden) sino que son la civilización y un héroe que en alguna parte del recorrido debe enfrentarse, aunque sea en la pausa entre dos canciones o el silencio entre dos disparos, a los límites y las posibilidades de la condición de vengador solitario.

            Con su nueva película, Tarantino ha superado el éxito de su anterior cinta, Malditos Bastardos, algo que no todo el mundo esperaba. Eso hace que se queden en nada los rumores sobre un rodaje conflictivo, en el que montones de actores abandonaron el set y la relación con Di Caprio no fue precisamente fluida. Ahora, con este descomunal éxito universal, Tarantino queda colocado en una posición única en el panorama cinematográfico: no es solamente un autor de éxito, se ha convertido en el primer autor que es además una franquicia.