sábado, 15 de junio de 2013

Turistas

Viajar no solo sirve para conocer el extranjero, sino también lugares que tenemos más cerca. Tina y Chris, una pareja de treintañeros de las midlands inglesas, deciden pasar una semana en caravana, recorriendo los lugares históricos de sus alrededores: el museo del tranvía de Crich, la cueva de Blue John, el museo del lápiz de Keswick y el viaducto de Ribblehead, entre otras atracciones de la Inglaterra profunda. Tina es psicóloga canina, Chris trabajaba fundiendo plásticos y ahora se encuentra en el paro, aunque de momento dice que se ha tomado un año sabático para tratar de escribir un libro, encontrar su voz. Tina, de pequeña, fue una niña que se sentía casi invisible; Chris era pelirrojo, lo que es precisamente lo contrario. Se conocieron en capoeira, llevan tres meses juntos, y quieren aprovechar el viaje para tratar de conocerse mejor. ¿Quién no se merece unas vacaciones perfectas? El problema, claro, es la gente con la que se encuentran. Gente que tira envoltorios de comida al suelo, al suelo de unos de los dos únicos tranvías de la serie E2, construidos por el ayuntamiento de Londres a partir de 1912, que quedan en el mundo. Gente que ha estudiado en colegios privados y lo demuestra por la manera en que vocalizan sus quejas sobre las cagadas de tu perro. Hippies tribales que no paran de tocar el tambor alrededor de sus hogueras. O niños ruidosos que le dan patadas a una pelota en cualquier parte. A Chris todo eso le provoca ira justiciera y con el tiempo ha ido desarrollando cierto oficio como asesino en serie: no hace le falta más que fingir no mirar por el retrovisor cuando da marcha atrás con la caravana para librarse del gordo molesto que acaba de arruinar su visita al museo del tranvía. En cuanto a Tina, bueno, al principio le desconcierta descubrir esos aspectos de su novio, pero una también tiene que asumir cierta clase de cosas si quiere formar una pareja estable, y el sexo es fantástico. Así que trata de adaptarse a la situación y perpetra unas cuantas masacres de su cosecha. Pero Chris no está satisfecho, quizá porque ella es demasiado impulsiva. A lo mejor todo eso acaba arruinándole las vacaciones.    


 
Tina y Chris son dos personajes creados por los cómicos Alice Lowe y Steve Oram durante sus rutinas de improvisación, aprovechando el acento y los manierismos del área de Birmingham, en la que ambos habían crecido. Si el tono de la película comienza pareciéndose al registro realista con que el cine británico ha retratado habitualmente las vidas de la clase trabajadora, no tardaremos en darnos cuenta de que cada elemento de ambientación ha sido seleccionado y exagerado levemente a la manera de la caricatura de intención satírica. Y cada inflexión y postura ha sido moldeado para exagerar de manera irónica los rasgos de carácter. El resultado proviene de una química especial: los actores usan la compenetración lograda a lo largo de años de compartir escenario para reflejar el entendimiento de una pareja que ya lleva tres meses junta. El guión de la película, escrito por los actores, se puso en manos de Ben Wheatley, un director emergente que se ha labrado cierto culto sobre todo por la manera en que sus ficciones combinan de manera sorprendente géneros aparentemente dispares. El autor de Down Terrace y Kill List es un maestro en el control del tono y en el manejo de las expectativas de los espectadores. Turistas oscila entre la comedia de costumbres, el drama de pareja, el terror gore, la sátira social corrosiva y la fantasía romántica sobre amantes criminales.

En manos de Wheatley, todos estos elementos se refuerzan unos a otros: el terror subyace en la relación de la pareja; la sátira social desvela el fino velo de civilización que recubre a una humanidad esencialmente bárbara. En cuanto al estilo, la verdad, al principio parece que todo está manga por hombro, como si el director lo hubiese rodado todo de cualquier manera. Es cierto que el estilo cuasi-documental, con la cámara persiguiendo a los actores, favorece que los actores se desenvuelvan en un registro más libre, dando pie a la posibilidad de improvisar. Pero hay que apreciar que bajo la apariencia de un estilo caótico exista una mano de hierro que controla el tono de la película: basta ver los últimos cinco minutos de la cinta, la cantidad de posibilidades narrativas y dramáticas que se abren a cada giro del argumento, la manera en que todo ello juega con las expectativas del espectador con el fin de potenciar la sorpresa y el desconcierto para comprobar que alguien está en el asiento del conductor y conoce el camino. 




¿Puede lograrse la sutileza mediante la combinación de elementos tan vulgares? ¿Existe la posibilidad de la elegancia en un estilo discordante y aparentemente anárquico? Turistas sigue una honorable tradición del cine británico que extrae los elementos dramáticos a partir de la vulgaridad y el mal gusto, y los recubre con una fina capa de humor negro. Hay primeros planos de mierda de perro; jerséis de punto tricotados a mano considerablemente horteras; indescifrables acentos locales adornados con lamentables perversiones del lenguaje; grosería alcohólica; canciones que han sonado demasiadas veces en la radio y en los supermercados; convertidas en ruido ambiente; toda clase de aberraciones en el campo de la decoración de interiores; y, por lo general, gente fea. Existe una larga serie de comedias británicas, desde los Monty Phyton hasta Little Britain, que basa su humor en explotar el aspecto menos favorecedor de las islas con un tono grotesco. La idea que subyace en este enfoque es poner un espejo deformante frente a las ideas asumidas respecto a asuntos como la tradición, las sagradas costumbres locales o la pseudo-importancia de gran parte de la cultura establecida. En ese sentido, Turistas es un viaje por Inglaterra en el que el enfoque se en la distancia a la que se encuentra el país de las ideas convencionales que sugiere, como el refinamiento, la flema o el té de las cinco. 


La clave de la mezcla está en que, por encima del humor grotesco y las vísceras, esta es sobre todo una película sobre la pareja, en la que los personajes se enfrentan (y enfrentan a los espectadores) a algunas de las fantasías más habituales del romanticismo contemporáneo: el amor como huida de los aspectos más desagradables de la realidad. En un mundo en que el infierno son los otros, esos personajillos principalmente molestos que se cruzan en nuestras vidas como si su único objetivo fuese arruinarnos las vacaciones, ¿Es la relación amorosa la única manera de lograr una relación humana plena? O, precisamente por eso ¿No es realmente imposible una autentica relación amorosa cuando nos resulta imposible la empatía con los demás? Dicho de otra manera ¿Se puede ser psicópata en pareja? 

Wheatley maneja los elementos criminales introduciéndolos de manera integral dentro de la crónica de la relación, sin que los diferentes aspectos parezcan pertenecer a dos películas diferentes, un peligro habitual en este tipo de narraciones. Lowe y Oram logran que sus personajes reclamen nuestra simpatía para tirarla por la burda unos instantes después, en un juego de identificación-repulsión que resulta tan excitante y mareante como subirse a una atracción de feria local. En  la larga tradición de enamorados criminales a la fuga, Chris y Tina aportan una variante desmitificadora que pone en cuestión la fantasía del romanticismo como manera casi exclusiva de realización personal en el mundo contemporáneo.

Por lo demás, la película ofrece una serie de bellas vistas de lugares pintorescos de Yorkshire, Derbyshire y Cumbria, entre otros lugares.