domingo, 9 de marzo de 2014

Her

DIR: SPIKE JONZE INT: JOAQUIN PHOENIX, SCARLETT JOHANSSON
EEUU, 2013, 126'



Han bastado dos películas sin la ayuda en el guión de Charlie Kaufman para comprobar que la personalidad creativa del estilista del videoclip Spike Jonze  es muy diferente a la del famoso guionista: tiende más a la melancolía sentimental que al cinismo emocional que rebosaban las películas que les hicieron famosos hace ya más de una década: Cómo ser John Malkovich y Adaptación. En Dónde viven los monstruos, la adaptación del  célebre libro infantil del ilustrador Maurice Sendak y en Her, una fantasía romántica para la era de la soledad tecnológica, el estilo dominante es el de los colores suaves y los fondos desenfocados, los sonidos eléctricos  y las notas lánguidas de piano o de guitarra. Lo que comparten los dos creadores es un gusto por las narraciones extravagantes y  la propensión a los delicados equilibrios de tono: Her es la historia de un tipo que se enamora de su sistema operativo.   

Ese tipo se llama Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) y trabaja dictando cartas por encargo en un servicio llamado BeautifullyHandwrittenLetters.com. (algo así como cartas bellamente escritas a mano, punto com). Es un tipo algo solitario, sobre todo porque atraviesa el difícil divorcio de la chica con la que estaba unido desde la infancia, y sus distracciones son los videojuegos y las citas virtuales por internet. Un día, descubre la publicidad de un sistema operativo personalizado que promete ajustarse a sus necesidades y su forma de ser. Después de abrir la caja, instalarlo y configurarlo, conoce a Samantha, interpretada  la voz incorpórea de Scarlett Johansson. Theodore descubrirá  que Samantha no solo resulta perfectamente útil para ordenar el correo u organizar la agenda, sino que puede compartir con ella su sentido del humor e incluso una forma desconocida de confianza. Más aún, Samantha es la compañera que Theodore necesita en ese preciso momento, una fantasía tecnológica que ocupa el vació dejado por su matrimonio fracasado y la resistencia a entablar nuevas relaciones propiciada por el dolor de la ruptura. 

La soledad es así de fotogénica

Samantha es un sustituto a medida de una relación personal, un producto que al parecer el capitalismo está dispuesto a ofrecer en un futuro próximo. Pero a pesar de que Her es un ejemplo de ciencia-ficción difusa, la premisa sobre la que se sostiene es bastante antigua: a lo largo de los años, diversos artefactos culturales se las han ingeniado para ofrecer a los hombres (casi siempre a los hombres) modelos de comportamiento que respondan a sus necesidades o a sus fantasías. Gheisas, prostitutas, cortesanas y demás variaciones sobre el mismo tema ofrecían  y ofrecen alternativas al problema de tener en cuenta las necesidades de una persona real a la hora de establecer una relación. Para comprender su éxito no tenemos nada más que recordar todas las veces en que las emociones han confundido la institución con la persona, dando lugar a todo tipo de dramas. Pero lo que antes se conseguía con la socialización, ahora se logra con la programación. La diferencia es que Samantha es un artefacto lo suficientemente avanzado como para comprender su propia condición y aceptar la diferencia. Si al principio el hecho de no tener cuerpo le provoca cierta frustración, acabará descubriendo que todo tiene también sus compensaciones, entre ellas una enorme capacidad de procesamiento de información y la posibilidad de escapar de los límites del espacio y el tiempo. 



The Moon Song: la canción que Samantha compone para Theodore, escrita por Karen O e interpretada por Scarlett Johansson

Her, como película, casi podría ser considerada casi un monólogo de Joaquin Phoenix, punteado por las intervenciones de la voz de Scarlett Johansson. El actor adopta un registro más contenido y con un punto tierno, algo que sorprenderá a quienes recuerden sus papeles más intensos. Durante la mayor parte del metraje, llena todo el encuadre en casi completa soledad: jugando a un videojuego tridimensional, dictando cartas para desconocidos, manteniendo relaciones sexuales por teléfono o fantaseando con su nueva compañera virtual. Es un festival de ensimismamiento que quizá ronda lo narcisista, sobre todo porque Theodore actúa y se mueve como si no hubiera distinción entre los espacios públicos o privados, o como si no fuese consciente de que hubiese gente alrededor suyo. Es desconcertante, excepto porque en los pocos momentos en los que la cámara se aleja de él lo suficiente para que podamos echar un vistazo a las personas que le rodean el espectáculo que proporcionan es parecido: seres ensimismados y gesticulantes, que salen del metro o recorren las calles rodeados por una burbuja invisible que les separa de su entorno inmediato, mientras manipulan artefactos que les mantiene conectados con un universo virtual que sienten más cercano. 


Scarlett Johansson sale así de guapa en esta película.
Parece ser que ese es el precio que hemos tenido que pagar por la disolución tecnológica de las distancias: podemos acercarnos a lo que antes estaba lejos de nosotros, pero hemos perdido el contacto con lo que antes nos resultaba más cercano. Las fotos más sexys del embarazo de la famosa presentadora de televisión están ahí para excitarnos cuando queramos, pero la chica de al lado sigue siendo un completo misterio. Este mundo está retratado por Spike Jonze  con ese estilo que podríamos denominar “realismo comercial” y que se suele emplear para vender muebles de Ikea o refrescos. Un mundo diáfano y ordenado, en el que los colores armonizan y en el que cada objeto parece expresamente colocado por un director artístico buscando el equilibrio en la composición. Si te apetece comprar algo de lo que aparece en la pantalla, por ejemplo, esos pantalones de cintura alta que gasta Joaquin Phoenix, y que parecen salidos de algún retrato del siglo dieciocho, estás de enhorabuena, porque solamente están a un click de distancia.

Si hay algún tipo de contradicción entre señalar la soledad contemporánea al mismo tiempo que se retrata de manera idealizada el mundo que la hace posible, surge de la ambivalencia con la  hoy día se vive esa situación. Theodore Twombly, como cualquiera de nosotros, ha crecido un mundo en el que el desarrollo de las tecnologías de la comunicación es un hecho que se acepta sin más. Solitario, aunque optimista y tendente tanto a la alegría como a la melancolía, no se plantea cambiar su condición existencial sino aprovechar lo mejor que pueda las posibilidades del mundo que habita. De vez en cuando puede pararse a lamentar que la vidas se esté volviendo cada vez más artificial, pero eso no le impide aceptar las inesperadas manifestación de belleza o afecto que procedan de alguno de esos artificios.