viernes, 19 de septiembre de 2014

Boyhood (Momentos de una vida)


T.O: BOYHOOD
INT: ELLAR COLTRANE, LORELEI LINKLATER, ETHAN HAWKE, PATRICA ARQUETTE
EEUU, 2014, 165'

No es habitual que una película tenga un calendario de rodaje como el de Boyhood: Richard Linklater siguió el crecimiento de su protagonista, Mason (Ellar Coltrane) desde que tiene seis años hasta que cumple los dieciocho, es decir, desde la escuela primaria hasta la universidad. El método consistió en rodar varios días cada año, desde 2002 hasta 2012, documentando el crecimiento de un joven (blanco, clase media) del sur de Texas a principios del siglo XXI. A Mason le acompañan en ese proceso su hermana mayor Samantha (Lorelei Linklater, hija del realizador) y sus padres Mason Sr (Ethan Hawke) y Olivia (Patricia Arquette).  Este procedimiento no está desprovisto de resonancia emocional: cuando vemos a un Mason adolescente conducir un todoterreno en compañía de su novia y tenemos en cuenta que es la misma persona que a los seis años sorprendía a su madre con insólitas teorías sobre la reproducción de las abejas, es casi imposible evitar un leve estremecimiento, algo que probablemente no se habría producido si en el rodillo de créditos hubiera un listado de Masons (6 años, 9 años, 12 años, etc). El crecimiento de los niños siempre ha sido una de las maneras más poderosas de percibir el paso del tiempo, en esta película Lintlaker lo convierte en un motor dramático. 

No ocurre nada especialmente dramático durante esos doce años, o quizá no ocurre nada a lo que se de un tratamiento especialmente dramático. Los momentos elegidos para relatar el crecimiento de Mason son instantes que normalmente pertenecen a esa clase de monotonía cotidiana que solemos llamar vida normal, coya especificidad solamente somos capaces de percibir cuando los dejamos atrás en el tiempo. El transcurso de los años no se nos muestra explícitamente, tendremos que adivinarlo por los cambio de domicilio, los diferentes peinados, los pequeños aumentos de estatura. Está claro que Linklater ha hecho un esfuerzo para evitar el peso narrativo de los hitos habituales del paso a la madurez o de las ceremonias que cohesionan las narrativas familiares. El primer beso o la pérdida de la virginidad no tiene la condición de acontecimientos decisivos; las ceremonias familiares como bodas o  mudanzas aparecen relegadas a un segundo término; de esa manera,  el paso del tiempo se muestra a través de una sucesión de cotidianeidades que a veces se solapan, a veces se sustituyen unas a otras. Boyhood no es, desde luego, una película sobre la experiencia personal de la infancia: no trata de reflejar el cúmulo de fantasías y descubrimientos que se combinan en la mente de Mason para llevarle a pensar que las abejas se forman a partir de gotas de agua; tampoco los peculiares sistemas sociales en miniatura que tanta importancia tienen en la infancia y la adolescencia, y que en la mayor parte de las ocasiones quedan fuera del campo de visión de los adultos. Se dice que hace falta una aldea para criar un niño, y Boyhood es principalmente una película sobre esa aldea. 


El crecimiento del protagonista es la forma más visible de constatar el paso del tiempo.
En este caso, la aldea es el conjunto de entidades sociales y culturales (el sistema educativo, los medios de comunicación, etc.) que ejercen su influencia en el estado de Texas, una región de Estados Unidos del tamaño de Francia. Mason crece durante la “década sin nombre”, ese espacio de tiempo que dentro de algunos años comenzará a llamarse “principios de siglo”. El planteamiento de la película ha obligado a los cineasta a estar especialmente atentos a todos los cambios que afectasen al entorno de los protagonistas: la sorpresa es que la música, la forma de vestir, los cortes de pelo o los automóviles no ha variado mucho entre 2002 y 2014. La canción de Britney Spears que una Samantha de seis años canta para molestar a su hermano es musicalmente equivalente a cualquier éxito reciente de Miley Cyrus o Selena Gomez (la diferencia sería que las nuevas estrellas del pop han subido la apuesta sexual en sus actuaciones). Coldplay, la banda que suena en la escena inicial del filme puede seguir permitiéndose sacar discos similares con gran éxito más de dos lustros después. Parece que durante ese espacio de tiempos se ha alcanzado un estadio de clasicismo en la cultura, al menos en la cultura que se percibe a pie de calle. No hay más que pensar en lo diferentes que serian las cosas si estuviéramos hablando de una infancia y adolescencia que se desarrollara entre 1962 y 1974, entre 1972 y 1984, entre 1982 y 1994, incluso entre 1992 y 2004. El aspecto de la vida que ha cambiado de manera más notable en ese periodo es todo lo relacionado con internet y las nuevas maneras de comunicación que supone: acceso constante a la información, conexión permanente, pérdida de privacidad, etc. 


Making Of promocional de la película que habla de su poco convencional proceso de rodaje.

Esta situación tiene un efecto especialmente notable en las relaciones entre las generaciones sucesivas. Mason Sr y Mason Jr descubren que están de acuerdo sobre cómo debería ser la siguiente entrega de Star Wars, pero la afinidad generacional no solo tiene que ver con la continuidad cultural: ambas generaciones tienen procesos y rituales de maduración semejantes. Por eso, la madre de Mason no se escandaliza demasiado cuando descubre que su hijo de dieciséis años ha estado bebiendo y fumando hierba con sus amigos. Sabe manejar esas situaciones porque ella misma ha tenido dieciséis años en una época en la que el descubrimiento del alcohol y las drogas forman parte de los rituales de maduración (una escena anterior retrata la presión grupal que convierte en obligatorios esos comportamientos adolescentes). En Boyhood, padres e hijos han compartido las mismas experiencias de maduración: la mismas costumbres y rituales sexuales, una cultura parecida, semejantes opciones políticas. De esta manera, la brecha generacional se ha difuminado considerablemente.

La infancia y la adolescencia son construcciones sociales, o mejor dicho, formas de organización social de una serie de procesos naturales. La película se articula a través del recorrido de Mason por los procesos de maduración socialmente sancionados: es significativo que las únicas ceremonias a las que la película dedica una razonable cantidad de metraje son la celebración del decimoquinto cumpleaños de Mason (un rito de paso en el que recibe como regalos un rifle y una biblia por parte de la nueva familia política de su padre) y la fiesta de su graduación, en la que todo el mundo se pone a  hacer discursos. Boyhood parece no tener estructura porque se adhiere a la estructura prefigurada socialmente para sus personajes, que en el caso que nos ocupa tiene que ver con las atapas del sistema educativo. Mason es un chico al que se le presenta un reto claro y definido: convertirse en un adulto tal y como eso se entiende en Estados Unidos a principios del siglo XXI. Pero la condición adulta se ha convertido en algo enormemente difuso en el momento en que se desarrolla la película. 


Patricia Arquette y Ethan Hawke tambien sufren transformaciones a lo largo de la película.
El principal modelo que tiene Mason a la hora de enfrentarse a la vida adulta son sus padres, que le ofrecen un modelo de comportamiento bastante dispar. Lo primero que oímos sobre su situación es cómo Olivia  le explica al pequeño Mason que sus padres han decidido que lo mejor para todos es que ella y Mason Sr no continúen juntos. Las razones son bastante obvias: ambos tienen intenciones muy diferentes acerca de su futuro inmediato. Olivia tiene la ambición de continuar con sus estudios, aunque para ello tenga que trabajar, estudiar y cuidar a sus hijos ella sola. Mason Sr, en cambio, dice ser músico aunque se gana la vida con una serie de trabajos de los que no da demasiados detalles (Un barco, Alaska, etc..) Se arregla viviendo con algún compañero de piso en una situación de permanente transitoriedad: su vida sentimental parece moverse en parámetros semejantes. Su seña de identidad más destacada es el muscle car que conduce, un Pontiac GTO de principios de los años setenta que es fiel reflejo de su personalidad individualista y de gustos clásicos. Las apariciones de Mason Sr son un soplo de aire fresco para sus hijos y también para el espectador, con su actitud desenfadada y su ingenio verbal. Olivia, en cambio, permanece al fondo, como una pared maestra que sostiene todo el entramado familiar y la estructura de la película. Si nos parece más severa, más rígida, es porque así lo requiere la función que ella misma se ha encomendado, la de sostener y unificar los distintos aspectos del mundo que conforman el crecimiento de sus hijos.

Las personalidades de los adultos, al igual que las de sus hijos, permanecerán en un estado de flujo. Boyhood se desarrolla en un momento histórico en el que la estabilidad y la solidez han dejado de ser características de la edad adulta. Olivia termina sus estudios de psicología, se hace profesora universitaria y se convierte en una persona respetada en su comunidad. Por el camino, ha sufrido el fracaso de dos matrimonios: su intención de recrear un núcleo familiar estable se viene abajo debido al alcoholismo y a la agresividad latente de sus parejas. El padre de sus hijos cambia de manera mucho más repentina: un día aparece con una camisa a cuadros, un monovolumen y una esposa de convicciones religiosas. Adiós al GTO y a las gafas de sol. Los adultos se ven obligados a cuestionar su identidad y enfrentarse a cambios drásticos como si fueran adolescentes. Otra consecuencia de la peculiar creación de esta película es que la identidad de los personajes adultos se mantiene fluida, más semejante a un conjunto de posibilidades que como una figura sólida. En el bohemio que conduce un deportivo está la posibilidad del hombre felizmente casado en una familia tradicional texana, en la madre soltera luchadora está la posibilidad de la mujer lo suficientemente respetada como para convertirse en una figura informal de autoridad para quienes la rodean. Aun así, la película termina con los personajes asentados en una estabilidad respetable, de manera que no solamente es el pequeño Mason el que ve refrendado su acceso a la vida adulta: paralelamente sus padres se van convirtiendo en la clase de adultos que deben ser. Es un ejercicio de fe en la clase media y en la movilidad social ascendente que me temo no vamos a ver demasiado a menudo a partir de ahora.

 
Boyhood pretende estar estructurada de la misma manera en que sus personajes estructuran la realidad: en ese sentido es una película realista. La experimentación con el tiempo que ha emprendido Linklater ha provocado un curioso efecto, quizá no del todo calculado:  la intensidad de las experiencias individuales se difumina y las circunstancias sociales y culturales se hacen presentes con mayor relieve. El director tuvo que dejar muchas cosas en mano de las circunstancias cuando empezó a desarrollar la historia: desde la propia evolución personal y física de los protagonistas hasta la manera en que la evolución de la música o de la tecnología afectaría su vida cotidiana. Es posible que por ello estuviese más atento a esos detalles que si se tratase de una película realizada de manera más tradicional, aunque, por otra parte, Linklater siempre ha sido un director de puesta en escena transparente y atento a la especificidad regional y a los giros dialectales, características especialmente apropiada para esta película: la expresividad se modula a través de giros de la conversación aparentemente banales, pequeños cambios de vestuario o peinado, gestos cotidianos. El resultado es una épica de la cotidianeidad en la que los momentos más determinantes resuenan a través de las frases hechas, los modelos de comportamiento y los gestos habituales que constituyen la manera de ser en una época y un lugar.