lunes, 20 de octubre de 2014

Sueño de invierno

T.O: KIŞ UYKUSU
DIR: NURI BILGE CEYLAN

INT: HALUK BILGINER, MELISA SOZEN, DEMET AKBAG
TURQUÍA, 2014, 196'















Los carteles de las películas no suelen ser una herramienta demasiado útil para el análisis cinematográfico, pero en el caso del cineasta turco Nuri Bilge Ceylan los diseñadores gráficos han encontrado maneras muy precisas de plasmar su estilo en las imágenes publicitarias:


Casi todos los diseños están dominados por la presencia expresiva del cielo: un cielo de amanecer rosado en las estepas para Érase una vez en Anatolia, en el que la luz se abre camino señalando el desvelamiento del misterio policial investigado por los protagonistas de la película; un cielo gris plomizo sobre el Bósforo nevado en Lejano; unas densas nubes que presagian tormenta en Tres Monos. Bajo esos cielos tan característicos de Ceylan, se recortan figuras humanas contempladas de espaldas, su rostro, igual que sus emociones, convertido en un misterio. La patrulla policial que busca un cadáver en Érase una vez en Anatolia forma un círculo alrededor del cuerpo recién descubierto. El primo del campo que visita Estambul en Lejano contempla el horizonte del estrecho, planeando embarcar en algún carguero. Son imágenes definitorias que sirven para explicar el cine del director turco: personajes empequeñecidos por el paisaje cuyo esquivo carácter se muestra a través de gestos, silencios, miradas y no demasiadas palabras.

 

En Sueño de invierno, la imagen promocional es similar: dos figuras oscuras, un hombre y una mujer, se recortan en un paisaje nevado. Pero esta vez es una mezcla de pintura y fotografía y está basado en una ilustración creada por Ilya Glazunov para la novela de Dostoyevski Nétochka Nezvánova. En Sueño de invierno, Ceylan introduce elementos literarios y recurre a las habitaciones cerradas y a la luz artificial en vez de a la serena majestuosidad de la naturaleza, pero la influencia más notable no es la del autor de Crimen y castigo, sino la de su contemporáneo y compatriota Antón Chéjov. En los títulos de crédito el director y su mujer y coguionista Ebru Ceylan reconocen haberse inspirado en tres relatos del escritor, aunque prefieren no mencionar sus títulos. No se trata en realidad de una adaptación sino de una destilación del espíritu de Chéjov: una narración observante en la que el drama se revela a través de actos cotidianos que revelan emociones subterráneas. La influencia del autor de El jardín de los cerezos ya estaba presente en Érase una vez en Anatolia, la anterior película de Ceylan; aquí, por primera vez en la carrera del director, la acción se traslada a los interiores y el diálogo fluye sin limitaciones, en conversaciones que pueden llegar a extenderse durante veinte minutos. El propósito es efectuar el estudio de un personaje, un antiguo actor con ínfulas de intelectual que regenta un pintoresco hotel en las montañas, y cuyo poder como terrateniente local se deja notar entre los vecinos de la zona. 

El hotel Otello, un pintoresco refugio excavado en las rocas de Capadocia.

Este hombre, Aydin (Haluk Bilginer) posee el hotel Otello, un refugio cuyas habitaciones, excavadas en la roca de las montañas de Capadocia, resultan lo suficientemente pintorescas como para atraer huéspedes en mitad de un duro invierno. Le gusta mantener una afable cordialidad con ellos, y, si hay ocasión, mencionarles sin darle demasiada importancia sus experiencias sobre los escenarios de Estambul o su proyecto para una historia del teatro turco. Pero las personas más cercanas, su hermana Necla (Demet Akbag) y su mujer Nihal (Melisa Sozën), no comparten la elevada imagen que trata de proyectar. Las serpenteantes conversaciones que mantiene con su hermana revelan la existencia de recelos y tensiones que definen toda su relación. Sin embargo, la mayor tensión dramática de la película es la que rodea la situación de su matrimonio. Durante la primera mitad de la película, Nihal aparece ausente o distante, manteniendo con su marido el mínimo contacto imprescindible. El deterioro de la relación es un misterio cuyas causas hay que rastrear a través de gestos y silencios de rencor soterrado. 



Halut Bilginer y Demet Akbag

Además de sus conflictos domésticos, Aydin mantiene una actitud contenciosa hacia un inquilino cuyas graves dificultades económicas le impiden pagar el alquiler y emplea su columna en la gaceta local para ajustar cuentas con su moroso de manera sibilina. Es una persona cuyo carácter parece apoyarse por completo en la vanidad y que disfraza su elitismo de sabia misantropía. Todo tiene su precio, y en este caso consiste en una soledad casi absoluta, incluso dentro de su propia casa. Lo que ocurre es que Aydin necesita esa vanidad para mantener en pie su equilibrio psicológico: el fantasma del fracaso está presente en el recuerdo de una carrera teatral que le condujo hasta un hotel de pueblo; su desahogada posición de terrateniente le recuerda cada día que su situación económica se debe únicamente a la herencia de su padre.

 En una escena del principio de la película, el precario equilibrio entre inseguridad y autocomplacencia se revela de manera conmovedora: Aydin lee a su mujer y a un amigo una carta escrita por una admiradora de su columna. Después de los halagos, la mujer le solicita ayuda para una causa benéfica, y el escritor, emocionado, se muestra partidario de concedérsela. Nihal rechaza la postura de su marido, puesto que nunca se ha preocupado por la beneficencia excepto cuando la considera apropiada para halagar su vanidad. Pero aunque su mezquina vanidad sea el motor incluso de sus raros actos de bondad, aflora la desesperada situación de un hombre cuya necesidad de reconocimiento es indispensable para la supervivencia de su identidad. 


Melisa Sozen es la esposa distante

La pregunta es si merece la pena pasar junto a este hombre tres horas y cuarto. Respuesta: probablemente no, si se tratase de una reunión social. La mezquindad y la mediocridad de Aydin son demasiado corrientes como para resultar interesantes, pero eso no le quita valor a la película: si la persona es vulgar, el personaje (o, lo que es lo mismo, la contemplación del personaje que hacen Ebru y Nuri Bilge Ceylan ayudados por el actor Haluk Bilginer) no lo es en absoluto. “Todo lo que ocurre en todos los rincones del mundo puede explicarse reflexionando sobre la naturaleza humana”, reflexiona el realizador. Como intelectual rural puede que Aydin no tenga demasiado interés, en cambio, como manifestación de la naturaleza humana sus pequeñas mezquindades revelan una condición universal. Este humanismo es una huella de la literatura de Chéjov, cuya profesión médica le había enseñado a no desdeñar ningún aspecto de la existencia humana, por desagradable o poco importante que pareciese: nada puede resultar puro para un doctor.

    De manera que el retrato de este hombre es bastante ambiguo, y está repleto de incertidumbres y contradicciones; se trata, en definitiva, de un perfil incierto y desconcertante. Toda una humanidad comprendida en la mediocridad de un insignificante potentado de pueblo. Aunque Ceylan tenía ciertos recelos ante la posibilidad de que la espectacular belleza del paisaje de Capadocia descompensase estéticamente la película, lo cierto es que la naturaleza conserva la presencia privilegiada que es habitual en sus películas. Incluso en interiores, la presencia del frío o de la pálida luz invernal se hacen sentir de manera precisa. Ceylan es un director muy atento a la textura sensorial de una escena: la claridad de sus imágenes transmite de manera tremendamente precisa la rugosidad de las rocas, la humedad del aire, la comodidad de un cuarto bien calentado en la mitad del invierno. Esa precisión de los ambientes convierte a los escenarios en lugares vívidos y contribuye a una sensación envolvente, que ayuda a dejarse arrastrar por las palabras, por el denso tejido de relaciones entrelazadas día tras día mediante los gestos más cotidianos e insignificantes.