viernes, 28 de noviembre de 2014

Mitomanía: Terry Gilliam te enseña cómo hacer cine de animación con figuras recortables.

 ¿Alguna vez te has preguntado de qué manera elaboraba el Monty Phyton Terry Gillliam sus toscas y surreales animaciones? Si es así, aquí encontrarás la respuesta. El 5 de mayo de 1974, Gilliam apareció como invitado en Do-it Yourself Film Animation Show (Haz-tú-mismo cine de animación). Se trataba de un programa de la BBC1 emitido en horario infantil; en cada emisión, un prestigioso animador explicaba paso a paso su técnica con el fin de animar a los espectadores más jóvenes a crear sus propias películas. El presentador del programa era Bob Godfrey, una figura de la animación por derecho propio: además de crear varias series de éxito en el Reino Unido, ganó el Oscar al mejor cortometraje animado en 1975 con Great. El programa consiguió su propósito: muchos animadores británicos destacan su influencia a la hora de decidir su vocación, entre ellos Nick Park, el creador de Wallace y Gromit.

    Gilliam es invitado para exponer su técnica preferida: la animación con recortables. No esconde cuál es su principal razón para emplear este método: se trata de la forma  más fácil y rápida  de hacer cine de animación, una disciplina que normalmente implica procedimientos extraordinariamente laboriosos. La animación con recortables  consiste en el empleo de figuras y fondos extraídas de revistas y libros, lo que permite combinaciones caprichosas, ideales para un animador con  sentido del humor y gusto por lo extraño, como Terry Gilliam. El director explicará detalladamente todas las fases del proceso, mencionado los materiales necesarios, de manera que cualquiera que intente seguir sus pasos encontrará en este video unas instrucciones muy precisas. De hecho se trata de una técnica ideal para probar a hacer en casa, si uno tiene la paciencia y la habilidad necesaria, por supuesto. 




Un ejemplo para comprobar el partido que Gilliam le sacaba a toda esta parafernalia: el cortometraje The Miracle of Flight (El milagro de volar). Fue realizado en 1974, el mismo año en que Gilliam apareció en el programa de Bob Godfrey. Se trata de una de las pocas películas de animación que hizo Gilliam sin relación con su trabajo dentro de los Monty Phyton. 
 

domingo, 23 de noviembre de 2014

El amor es extraño

T.O: LOVE IS STRANGE
DIR: IRA SACHS 
INT: ALFRED MOLINA, JOHN LITHGOW, MARISA TOMEI
EEUU, 2014, 94'







Hay narraciones que se apartan de su propósito aparente para tomar caminos que a primera vista parecen más banales o rutinarios. Algo así ocurre en El amor es extraño, el quinto largometraje del director norteamericano Ira Sachs. Sus protagonistas, Ben (John Lihtgow) y George (Alfred Molina), celebran su boda después de haber compartido 39 años de sus vidas. Es un momento de felicidad para ellos, la culminación de una vida de dedicación mutua. Paradójicamente, su convivencia se ve repentinamente interrumpida cuando, a causa de su boda, George es despedido del colegio católico en el que trabaja como profesor de música. La situación les obliga a abandonar el elegante apartamento que habitan en Manhattan, y se verán forzados a pedir ayuda a sus amigos y familiares mientras encuentran un piso que se adapte a sus nuevas circunstancias económicas.  A partir de ahí, la película se convierte en una sucesión de incómodos arreglos, salpicados por desalentadoras incursiones en la burocracia del sistema neoyorkino de vivienda. Como consecuencia de todo ello, George termina durmiendo en el sofá de una joven pareja de policías gays aficionados a Juego de Tronos y Ben se ve obligado a acomodarse en la casa de su sobrino Elliot, perturbando la rutina de su mujer novelista y convirtiéndose en un incómodo testigo de las discusiones de la pareja con su hijo adolescente.

    Así que lo que empieza con la serena intimidad de una cama de matrimonio bañada por la luz del amanecer se convierte en una sucesión de momentos más o menos incómodos en las que Ben y George se convertirán en objeto de preocupación y causa de molestias para las personas más cercanas a ellos. Puede que esta no sea la manera más habitual de narrar una historia de amor templada por la madurez, pero desde la novela realista del siglo diecinueve hasta el realismo sucio norteamericanos de finales del XX muchos autores han elegido narrar las aspiraciones universales de sus personajes a través de las realidades más contingentes: situaciones económicas inestables, insignificantes conflictos familiares o pequeñas muestras de intolerancia agazapadas en la cotidianeidad. El amor es extraño es una sucesión de escenas de la vida corriente que parecen no tener relevancia ni gravedad en sí mismas, pero que adquieren una poderosa resonancia emotiva porque en ellas se depositan las emociones de sus personajes: el amor y el sentido de la compañía cultivados durante tantos años, la cercanía de la vejez, la serena consideración del fracaso artístico, la incierta posibilidad de un legado.



Nervios y orgullo: la boda de Ben y George

Ira Sach es un cazador de momentos reveladores. Su estilo naturalista se manifiesta a través de una meticulosa recreación de la cotidianeidad, de la que extrae los detalles más esenciales. Un método que ya había empleado de manera extraordinaria en su anterior película, Keep the Lights On, la crónica de una relación de pareja muy diferente. Resulta enternecedor el nerviosismo de Ben y George cuando no encuentran ningún taxi libre en las calles de Manhattan la mañana en que se dirigen a su boda, porque revela la vulnerabilidad de sus emociones ante la celebración pública de su vínculo. Más tarde, una rutinaria cita burocrática hace visible la presencia de la vejez cuando una funcionaria bienintencionada sugiere que, dada la edad de Ben, la pareja podría acogerse a un plan municipal de vivienda para personas de la tercera edad. La interpretación que una de sus jóvenes alumnas hace de una pieza de Chopin actúa como catalizador emocional, logrando que George alcance el estado de ánimo necesario para canalizar las emociones que siente con respecto a su despido. En momentos como esos, Sachs y su colaborador en el guión, Mauricio Zacharias, logran expresar la compleja humanidad de sus personajes a través de escenas cotidianas inesperadamente emotivas. 

John Lithgow es Ben
Algo que desde luego, no se podría lograr sin la colaboración de unos intérpretes como Alfred Molina y John Lihtgow, dos actores veteranos que han destacado tanto en papeles principales como secundarios. El estilo de Ira Sachs amplifica la resonancia de cada gesto y cada palabra, de manera que permite a Molina y Lihtgow desplegar toda su capacidad para la modulación expresiva. Cuando George recrimina suavemente a Ben el hecho de que éste no encuentre sus gafas poco antes de salir para su boda, en sus palabras están posados años y años de desesperaciones cotidianas ante los despistes de su compañeros, matizados por la paciente aceptación de su carácter. Ambos son personas serenas y calmadas, que se encuentran cómodas en su piel después de tantos años, y que comparten una complicidad simbiótica: de ahí la incomodidad que les produce su obligada separación, que les fuerza a inmiscuirse en intimidades ajenas.  Pese a todo, Ben y George conservan sus idiosincrasias particulares. George, un hombre religioso, es un melómano que posee un tranquilo sentido del humor, y que resulta ser el más organizado y responsable de la pareja. Ben es un pintor cuyas aspiraciones de éxito artístico han quedado atrás y que parece haber hecho las paces con ello. 
Alfred Molina es George
     La película, en consonancia con la clase de atmósfera en que sus personajes se sienten más cómodos, está narrada con imágenes de equilibrio clásico y ritmo sereno. La banda sonora consiste principalmente en melodías para piano de Chopin, y la fotografía muestra un amor nada disimulado por la luz natural y la iluminación nocturna de Nueva York. Sachs retrata con ironía afectuosa a una galería de personajes secundarios, formada principalmente por esa clase de manhatanitas que frecuentan galerías de arte, escriben novelas, producen y dirigen artefactos audiovisuales y disfrutan discutiendo acerca de todo ello. Es claramente una película neoyorquina, y perfila con precisión el momento y el lugar en que se desarrolla, pero el propósito de los cineastas no es únicamente una observación realista o el retrato de costumbres.

La detallada observación de las rutinas cotidianas tiene su recompensa emocional al final de la película, cuando el paso del tiempo ha convertido cada momento en un instante único e imposible de recuperar. Entonces se harán evidentes los motivos del director para filtrar la crónica emocional a través del registro de lo cotidiano, de lo ordinario. Como en el cine de Yasujiro Ozu, cada instante lleva impreso la huella del tiempo, algo que solamente se hace emocionalmente presente cuando lo vivido se convierte en la materia prima del recuerdo. Al final, incluso los personajes parecen darse cuenta de ello. Un momento tan poco importante  como una copa compartida en un bar de Manhattan durante su forzosa separación o una despedida o una despedida nocturna ante una boca de metro bajo el parpadeo del neón puede abrir una puerta al recuerdo de los años compartidos, y al mismo tiempo la poderosa fuerza del instante que nunca podrá repetirse.

martes, 18 de noviembre de 2014

Cortometraje: Soigneur (Erik van der Linden, 2013, 17’)

    El ciclismo siempre ha sido el deporte de la épica, una condición que no solamente relacionamos con los grandes campeones y las cumbres legendarias. También participan de ella los gregarios del pelotón y sus esfuerzos no menos sobrehumanos, a veces simplemente para llegar a la meta. Bueno, quizá todo eso se percibía más claramente antes de que el deporte de la bicicleta se convirtiese en un ejercicio de química aplicada. Aún así, la emoción que provoca este deporte proviene de la contemplación del esfuerzo y de la capacidad de resistencia  necesarios para aguantar sobre la bicicleta durante cientos de kilómetros, algo que percibirán especialmente quienes hayan vivido ese esfuerzo en sus propias carnes.

    Eso es lo que le ocurre al protagonista de este cortometraje holandés, la antigua promesa del ciclismo Simon van Beneden. Veinte años atrás, un espeluznante accidente en una carrera juvenil le apartó por completo de la bicicleta. Ahora, para reconciliarse con su pasado y volver a sentir algo de la épica de su deporte, van Beneden vuelve al escenario de la tragedia, el macizo de Los Vosgos, unas montañas situadas en el noroeste de Francia. Pero esta vez sus objetivos son más modestos: acompañará a unos amigos en una expedición ciclista ejerciendo de soigneur. El soigneur es el clásico factótum de los antiguos equipos ciclistas que, antes de la especialización y profesionalización de este deporte, ejercía al mismo tiempo de masajista, psicólogo, estratega, nutricionista y confidente. 

    Soigneur no es un cortometraje que destaque por su sofisticación cinematográfica: se adhiere al modelo del falso documental y su principal recurso narrativo es la voz en off. Su principal atractivo es la creación de un personaje como Simon van Beneden, un ser contradictorio que intenta comprender la magnitud de su derrota y la irracionalidad del destino. Es una criatura épica y ridícula al mismo tiempo, un ser que confunde unas vacaciones con una expedición, y que comprende su propia insignificancia al compararse a las mismas montañas  a las que se enfrenta. Aún así, conserva algo de grandeza, quizá porque sus esfuerzos se dirigen a encontrar el sentido de la existencia en la actividad que ama, el ciclismo, a pesar de que solamente puede contemplarla desde los márgenes.



jueves, 13 de noviembre de 2014

20.000 días en la tierra

T.O: 20.000 DAYS ON EARTH
DIR: IAIN FORSYTH Y JANE POLLARD 
INTERVIENE: NICK CAVE, KYLIE MINOGUE, RAY WINSTONE 
UK, 2014, 96'




Durante la primera jornada de grabación de su último álbum de estudio, Push the sky away, el músico australiano Nick Cave cumplió sus primeros veinte mil días sobre la tierra. Ese es el punto de partida que Jane Pollard e Iain Forsyth emplean para elaborar este retrato documental y dramático de Cave: un día en la vida, el número veinte mil, en el que la reflexión sobre el largo camino recorrido se combina con la incertidumbre del momento siguiente. “Me despierto. Escribo. Como. Escribo. Veo la tele”. Este no es, sin embargo, un retrato íntimo o revelador sobre la verdadera personalidad del músico, la que conocen sus personas más cercanas, como su mujer Susie o sus hijos de catorce años. Cave es famoso por su resistencia a divulgar detalles de su vida privada, así que resulta evidente que no permitiría una aproximación de ese tipo. El Nick Cave que protagoniza 20.000 días en la tierra es una creación artística, semejante a los personajes de sus canciones. La película trata sobre la dramaturgia y la escenografía con la que se construye esa figura, sus relaciones con la vida privada que se oculta detrás del escenario y la influencia que ejerce en la manera en que un artista se comunica con su público.

“Sobre todo, escribo”. La máquina de escribir, un viejo artefacto de metal que emite sonidos rítmicos y mecánicos parece ser el más personal de sus instrumentos. Las canciones más reconocibles de Cave son extensas narraciones llenas de personajes dementes que se desarrollan “en un mundo que estoy creando, un mundo absurdo, loco y violento donde la gente se deja llevar por la ira y  en el que Dios realmente existe” Para interpretarlas, el cantante adopta la personalidad de sus narradores: predicadores fanáticos y violentos, condenados a muerte acosados por las visiones, miserables aspirantes a artista esperando la oportunidad de vender su alma al diablo, criaturas fuera de sí. Su voz de barítono, sonora y dominante, lanza frases de ritmo seco llenas de sonoras aliteraciones desde una distancia inalcanzable. En el estudio o sobre el escenario se presenta a la manera del oficiante de alguna clase de ceremonia, decidido a conducir a su congregación hacia un éxtasis compartido. A menudo, la solemnidad y el melodrama que articula se deslizan hacia el exceso,  transitando a la vez los terrenos de lo grotesco y de lo cómico. Es esa figura, entre terrible y ridícula, la que aparece en esta película, dominándole desde la distancia con una cadenciosa voz en off repleta de sentencias al mismo tiempo que la cámara lo empequeñece, mostrándolo como una persona sometida a las dudas y las incertidumbre cotidianas, a la inclemente meteorología de Brighton.  


  
El día comienza para Nick Cave con el ruido del despertador, y tendrá desde el principio una agenda establecida: sesión con el psicoanalista; cita para comer con su amigo y colaborador Warren Ellis; una visita a sus archivos personales. Todo ello está “preparado como un drama, rodado como un documental”, explica la pareja de directores. Unos meses antes del resto del rodaje, decidieron llevar a cabo la sesión de psicoanálisis: Pollard y Forshyt  se proponían de ese modo sacar a la luz algunas de las líneas maestras que se explorarían en la película. Es una escena desconcertante, entre lo artificial de su escenificación y la naturalidad con la que se desarrolla. La consulta está iluminada como un plató de televisión, en ella Darian Leader, un famoso psicoanalista británico, analiza a Cave: “¿Cuál es tu primer recuerdo del cuerpo femenino?” Las reverberaciones de la infancia comienzan a sacar a la superficie retazos del hombre que se oculta tras la máscara, hasta que la conversación gira hacia la difícil relación que el músico tuvo con su padre, hacia los efectos de su muerte inesperada. Entonces, el psicoanalista se ve obligado a detener la sesión. Antes de que eso ocurra, ha habido tiempo para explorar algunas de las maneras en las que las experiencias personales se convierten en mitología artística. 
   
 Esta escena no es propia de un documental sobre rock, pero Pollard y Forsyth tampoco son los típicos directores. La pareja, que proviene del mundo del arte contemporáneo, había colaborado anteriormente con Cave en la grabación de videos promocionales. De ahí la audacia, pero también la confianza y la proximidad. Aun así, todos los elementos que el aficionado espera encontrar en un documental rock están presentes, pero de maneras ligeramente inesperadas. El protagonista no habla directamente a cámara, lo hace a través de una voz en off que sobrevuela las imágenes: algo totalmente adecuado para alguien que prefiere expresarse a través de palabras cuidadosamente escogidas. Las opiniones de sus colaboradores tienen como punto de partida situaciones escenificadas, una cotidianeidad simulada. La comida en casa de Warren Ellis lleva a los dos músicos a reflexionar sobre las posibilidades transformadoras de la interpretación en directo, invocando el fantasma de Nina Simone. Los trayectos en automóvil resultan propicios para las apariciones: el actor Ray Winstone reflexiona con el músico acerca del paso del tiempo y de la búsqueda de la autenticidad a través de la interpretación. Kylie Minogue habla acerca de la fama y de la soledad del artista. El entorno controlado y artificial de esas escenas tiene el efecto de rebajar las defensas de los participantes, haciendo que se muestren más relajados, con sus máscaras ajustadas de manera algo menos rígida de lo habitual. 

 
¿Y la música? El documental retorna periódicamente al estudio de grabación en el que los Bad Seeds dan forma a Push the sky away. Algunas melodías se muestran en un estado embrionario, otras son solamente esbozos que nuca llegarán a tomar cuerpo. La pieza central es la interpretación al completo de los ocho minutos de Higgs Boson Blues, uno de los temas más destacados del disco. Es un momento poderoso: la canción aún no ha tomado forma definitiva, Cave sigue dándole forma mientras la interpreta. La música se mantiene en ese estado incierto en el que aún sigue siendo un misterio para el artista, un estado casi mágico que para Cave constituye la parte esencial del proceso. Después, la canción será grabada, ensayada, interpretada noche tras noche, y se volverá familiar y conocida. Cave confiesa que todos sus esfuerzos se dirigen a conseguir que la canción siga conservando algo de ese estado primigenio, ese momento en el que aún perdura en ella el misterio, la huella de lo desconocido.

Las facetas de Nick Cave que el músico nos esconde están señaladas por la belleza elíptica de su mujer Susie, que solamente aparece en una fotografía desenfocada, sugiriendo la presencia escondida de la musa. Es un momento fugaz, pero lo suficientemente poderoso para sugerir que el músico tiene una vida real en otra parte. Algo que sirve también para recordarnos que esta película es un capítulo más de esa elaborada mitología personal, una actuación calibrada para lograr fusión del cantante con la canción. No hay que olvidar que está realizada con la total colaboración del músico, que además firma el guión junto a los directores. Es frecuente que las estrellas de rock se presten a ejercicios de mitificación personal: está claro que estos músicos son personas con un ego bastante saludable,  y que la necesidad de atención parece ser un prerrequisito de su oficio. Pero 20.000 días sobre la tierra está lejos de ser un documental hagiográfico, y  su combinación de drama y realidad, de mitología y revelación resulta tan oscura, misteriosa, irónica y tierna como una de las canciones de su protagonista.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Los Boxtrolls

T.O: THE BOXTROLLS
DIR: ANTHONY STACCHI, GRAHAM ANNABLE
ANIMACIÓN, EEUU, 2014, 96'
  
Los aficionados al cine de animación con personalidad propia están atentos a las novedades de los estudios Laika desde que hicieran su aparición en las carteleras con su primer largometraje, Coraline. Las tres películas producidas por el estudio de Oregón hasta la fecha poseen un marcado carácter y una destacable idiosincrasia visual, algo que se debe en gran parte a su fidelidad hacia  la tradicional técnica del stop-motion. Coraline (2009), dirigida por Henry Selick a partir de la novela de Neil Gaiman, es hasta ahora su mayor logro: uno de los mejores ejemplos de la utilización expresiva del 3D, al servicio de una historia sobre las incertidumbres de esa tierra de nadie entre la infancia y la adolescencia. Tres años después, ParaNorman confirmó la debilidad de los artesanos de Laika por los universos desconcertantes, además de su determinación de afrontar las implicaciones más serias que plantean sus historias, especialmente  en temas como el uso de la violencia y sus consecuencias.

Los Boxtrolls, el tercer largometraje estrenado por Laika, se basa en la novela ilustrada Here Be Monsters, de Alan Snow. Los encargados de llevarla a la pantalla han sido Anthony Stacchi y Graham Annable, dos veteranos de la industria con más de veinte años de experiencia como animadores y dibujantes de storyboards. La animación ha sido creada una vez más mediante marionetas, aunque la técnica más artesanal del cine de animación se ve en este caso realzada a través de métodos mucho más avanzados: las figuras de los personajes han sido elaboradas mediante impresoras 3D y la película emplea generosamente las imágenes generadas por ordenador, especialmente para dar vida a los fondos y aportar así mayor profundidad al extraño mundo en que viven los personajes. 


 
Ese mundo es Cheesebrigde, una ciudad de pequeñas casas apelotonadas de manera imposible sobre una roca puntiaguda, surcada por calles serpenteantes de adoquines negros. Un escenario vagamente victoriano, vagamente centroeuropeo, que nos recuerda a la ambientación de algunas películas de Tim Burton. Los habitantes de esa ciudad son notablemente estirados, y le dan una gran importancia a todo lo que tenga que ver con el queso. También mantienen una curiosa jerarquía expresada mediante  el color de sus sombreros. Pero bajo las calles viven unas extrañas criaturas, los Boxtrolls, que salen por las noches para rebuscar entre la basura. Se visten con cajas de cartón y emiten unos extraños sonidos parecidos a gárgaras; en su refugio subterráneo se dedican a la construcción de toda clase de artefactos que elaboran con los trastos viejos que recogen en la basura. Los Boxtrolls son felices cuando tiene en sus manos algo que lleve una ruedecilla, una palanca o cualquier clase de mecanismo por simple que parezca.

A pesar de que los Boxtrolls son criaturas naturalmente inofensivas, los habitantes diurnos de Cheesebrigde los contemplan con auténtico pavor. Se cuentan todo tipo de leyendas acerca de niños devorados, acerca de huesos humanos empleados como decoración, acerca de ceremonias siniestras. Gran parte de esas historias son instigadas por el hombre que se encarga de perseguirlos, el malvado Archival Brirlante, un pomposo arribista que sueña con cambiar de sombrero y que tiene una segunda actividad como cantante de variedades bajo el nombre artístico de Miss Frou Frou. Junto a los Boxtrolls vive una pequeña criatura humana llamada Eggs, criada por los pequeños chatarreros como si fuese uno de ellos. Eggs crece viendo disminuir la población de Boxtrolls gracias a los esfuerzos de Birlante y decide hacer algo al respecto. Para ello contará con la ayuda de Winnie, la hija del inútil alcalde de la ciudad, una pelirroja algo cursi aunque decidida. 



   

 Como corresponde a un trabajo esencialmente artesanal, el detallismo de la ambientación es uno de sus principales atractivos: la rugosidad de las paredes de ladrillo, la ligera humedad sobre los adoquines, las vetas de la madera se convierten en texturas táctiles y sensibles. Sin embargo, el argumento que se desarrolla en este mundo tan finamente detallado está delineado con trazos más amplios: se reproducen algunos desarrollos habituales típicos de las aventuras infantiles (como el de la raza sometida que recupera la libertad gracias a un líder de la etnia dominante) y durante el proceso nos encontraremos con algunos discursos y unas cuantas lecciones que aprender. En general, es una película con un tono bastante ligero en el que el peligro nunca se hace ralamente angustioso y los villanos tiene una apariencia divertida y bufonesca.

    Todo eso no tiene por qué ser necesariamente malo. Si las anteriores películas de los estudios Laika se dirigían principalmente al público preadolescente, Los Boxtrolls está enfocada inequívocamente a los espectadores más pequeños. Particularmente, las criaturas que le dan el título resultarán indudablemente atractivas para los niños de cuatro a seis años, gracias a su divertida expresividad gruñona, su carácter curioso y juguetonamente incansable y, especialmente,  su habilidad para transformar todos los objetos que encuentran a su alrededor, con especial debilidad por las cajas de cartón. Por supuesto, no solamente los niños pequeños pueden encontrar afinidad con esos ensimismados personajes: no dejan de tener cierto parecido con los mismos artesanos que la han creado, criaturas ellas mismas absorbidas por la tarea de manipular pacientemente objetos y materiales con la esperanza de hacer surgir formas caprichosas y extraordinarias.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Videoclip: Hiro Murai dirige Never Catch Me, de Flyng Lotus, Do You, de Spoon y Cheerleader, de St Vincent.

Dos niños se levantan de sus ataúdes en su propio funeral para alejarse bailando, dejando atrás el dolor de sus familiares. Es el clip de la canción Never Catch Me, del productor de rap experimental Flying Lotus: hace solamente unas semanas de su aparición en la red y ya muchos lo consideran el videoclip del año. “La idea original era hacer algo extraordinariamente alegre que funcionase como una catarsis en comparación con el escenario”, explica el director Hiro Murai. La ambientación funeraria resulta apropiada: en el último álbum de Flying Lotus, You Are Dead!, el músico reflexiona de diversas maneras acerca de la muerte. “La idea original [de Flying Lotus] era sobre un chico negro que llega tarde a su propio funeral, así que tenía algo del estilo de Tom Sawyer. Me gustaba porque todo el disco trata acerca de la muerte, pero esta canción tiene unas vibraciones infantiles. Cogí esa idea y la reescribí como una pieza de baile para dos chicos” 
 


El baile fue creado por el equipo de  coreógrafos Keone and Mary combinado movimientos propios del hip-hop con  pasos extraídos de la danza moderna. Contribuye a crear una atmósfera incierta y ambigua, que también se hizo notar en el set de rodaje. “Fue muy raro para los padres de los chicos. Apoyaron mucho el proyecto, pero fue muy visceral ver a sus hijos en ataúdes. Tan pronto como se dispuso el decorado y  los chicos se metieron en los ataúdes se vinieron abajo y se echaron a llorar. Es una forma muy rara de comenzar un día de rodaje, pero lo entiendo completamente.” En cambio, los chavales se lo pasaron en grande. “Los chicos estaban bastante poco preocupados por eso porque tenían 12 o 13 años y la muerte no tiene para ellos el mismo peso que tiene para un adulto. No paraban de decir que los ataúdes olían raro o que se aburrían. Eso aligeró la atmósfera bastante. Fue un poco un microcosmos de la propia idea del video, los chavales no miran a la muerte de la misma manera que sus padres.”

Esa atmósfera de incerteza no es algo nuevo para el director, el angelino Hiro Murai. Murai, que también ha dirigido videos para artistas como David Guetta o Shabazz Palaces, lleva unos años distinguiéndose como uno de los directores más creativos y consistentes dentro de este campo. Su primer atisbo de notoriedad le llegó cuando convirtió a Annie Clark (alias St. Vincent) en una estatua de porcelana, enorme y frágil, en el videoclip de Cheerleader. A partir de entonces, sus trabajos se sucedieron a velocidad de crucero, normalmente para figuras del indie rock o del hip-hop más alternativo. No resulta difícil distinguir elementos comunes en su obra, desde su evidente amor por la luminosidad californiana hasta su preferencia por atmósferas inciertas en las que elementos fantásticos aparecen en ambientaciones rutinarias y cotidianas. 



De manera que los videos de Murai parecen desarrollarse un una realidad ligeramente alterada “Es como un sueño diurno… la idea de algo sobrenatural ocurriendo en el contexto de algo realmente mundano. Tengo una fijación con los sueños. Los sueños tiene la cualidad de que cuando tu estás metido en ellos, tu te crees completamente su realidad,  y las texturas parecen las de la vida real, pero entonces hay alguna cosa, o alguna circunstancia que te aleja de lo real. Ese sentimiento de deriva entre la realidad y lo sobrenatural siempre me ha interesado. Soy una de esas personas que llevan un diario de sueños. ” 


Fuente: FADER