domingo, 11 de enero de 2015

Mr. Turner

DIR: MIKE LEIGH
INT: TIMOTHY SPALL, DOROTHY ATKINSON
U.K, 2014, 150'

  Joseph Mallord William Turner (1775-1851), probablemente el más famoso pintor inglés de cualquier época, fue “un hombre muy poco interesante sobre el que escribir” – según A.J. Finberg, su biógrafo de comienzos del siglo pasado – “sus virtudes y defectos son muy grises. Todo lo que hay de interesante en él está en su obra.” Mike Leigh, por el contrario, ha encontrado material dramático precisamente en las contradicciones entre la personalidad tosca y la apariencia vulgar del hombre y la sensibilidad con la que el pintor contemplaba el mundo. Además, la vida de Turner le sirve a Leigh como un pasadizo por el que acceder al Londres de la primera mitad del siglo XIX, una época y un lugar reconstruidos, como es habitual en el director inglés, con un notable grado de detallismo.
 
    Mr. Turner (Timothy Spall) es una presencia contradictoria, una figura corpulenta cuyas energías parecen empujarle en direcciones opuestas. Recorre los campos, las playas y los acantilados como un peregrino silencioso, examinando cada efecto de la luz, cada impresión de la niebla o del oleaje. En sus relaciones humanas se comporta de manera tosca, ruda, a veces insensible: es un hombre que utiliza a su sirvienta para desahogarse sexualmente y que se niega a reconocer la existencia de sus hijas. Su presencia física, voluminosa y excéntrica, está desprovista de cualquier clase de equilibrio o armonía. Su rostro parece esconderse tras una acumulación de pliegues bulbosos que no siempre se coordinan para formar algo parecido a una expresión. Su manera preferida de comunicarse parece consistir en el empleo de sonoros carraspeos, empleados con tanta frecuencia que llegan a convertirse en un rasgo de carácter. 

Timothy Spall

Mike Leigh es un director realista, lo que en su concepción del término significa la exploración detallada de las circunstancias sociales, económicas y laborales que dan forma al carácter de los personajes.  En este caso, esa exploración se lleva a cabo a través de una sucesión de secuencias cotidianas cuya relevancia narrativa y dramática parece tenue hasta que, al tomarlas en su conjunto, revelan un retrato preciso y matizado del artista. La película comienza cuando su protagonista ya es un hombre de mediana edad enfrentándose al último tercio de su vida. Rondando la cincuentena, Turner está asentado: posee una buena casa y una galería para exhibir sus obras, expone regularmente en la academia y goza de un prestigio considerable. Su padre (la persona con quien mantiene una relación más estrecha en su vida y cuya muerte le sumió en una profunda depresión) fue un barbero londinense. Su madre, enferma mental, acabó sus días internada.

La pintura le proporcionó éxito y fama desde muy joven: antiguo niño prodigio, el pintor ya formaba parte de la academia a los veintiún años. Sin embargo, Turner nunca oculta las huellas de sus orígenes humildes: su falta de refinamiento lo hace  tan célebre como su sensibilidad pictórica. Cuando unas damas a quienes retrata se asombran de la suciedad que el pintor tiene bajo sus uñas, Turner escupe sobre el lienzo ruidosamente, convirtiendo su propia zafiedad en un espectáculo. Parece sentir cierta resistencia a adoptar las costumbres sociales de las personas con quienes se relaciona gracias a su éxito y a su fortuna.  Parte de su excentricidad proviene de su condición de desclasado: en realidad, Turner se siente más cómodo cuando se rodea de personas menos sofisticadas, como la señora Booth, la posadera de Margate que se convertirá en su última amante y con quien le veremos compartir unas reticentes muestras de afecto.

Un artista de la naturaleza.

Como es lógico, la película dedica una parte considerable del metraje al oficio del protagonista. Turner aparece por primera vez ante nosotros como una silueta en un paisaje, absorto en la contemplación de la naturaleza mientras esboza en su cuaderno con un carboncillo. (La propensión  contemplativa de Turner permite a Dick Pope, el director de fotografía habitual de Leigh, crear una gran variedad de  efectos atmosféricos, lo que da a esta película una enorme capacidad de asombro visual, lejos por tanto de la habitual sobriedad realista del director) Este inveterado observador llega a amarrarse al mástil de un barco a fin de contemplar detalladamente los efectos de la tormenta. Después de la observación, el pintor se refugia en su estudio y se esfuerza por reproducir en el lienzo los estados del aire, del agua, de la luz, de la tierra: su pintura es material, con pinceladas visibles y voluminosas. A veces incorpora sustancias extrañas a sus cuadros: no solamente escupiendo, también arrojando harina de cocinar a la pintura, algo que convierte en un numerito durante una de sus exhibiciones en la academia. A medida que avanza la película y Turner envejece, sus obras presentan unas formas cada vez menos definidas, figuras que se asemejan a grandes manchas sin contornos precisos. La independencia económica le permitía seguir sus propios caminos creativos, a menudo a espaldas de los gustos de su época.
Dorothy Atkinson es Hannah Danby, el ama de llaves de Turner.
Todos los detalles de la época, exhaustivamente recogidos (hay una persona acreditada en los títulos principales en la tarea de investigación) se conjugan sutilmente para proporcionar una experiencia de inmersión en la Inglaterra del siglo XIX. La sonriente cabeza del cerdo asado sobre la mesa, la cotidianeidad con la que se menciona la mortalidad infantil o el asombro que producen las primeras apariciones del vapor o del ferrocarril son detalles capaces de transportarnos a la época. El uso del lenguaje es también una delicia de arcaísmos y viejos acentos locales, elaborado gracias a las lecturas de Dickens, de los periódicos de la época  y de un viejo diccionario de “lengua vulgar” publicado en 1811 que Leigh encontró en una tienda de Charing Cross Road.

La familiaridad con el lenguaje es particularmente destacable debido al proceso de improvisación que desarrolla Leigh: el director acostumbra a crear sus películas por completo a partir de unos extensos ensayos que lleva a cabo con los actores. Un proceso que tuvo aquí limitaciones obvias, al tratarse de un personaje histórico, pero que contribuyó a dar vida a las escenas privadas. “Hay que ser inventivos, creativos. –Explica el director -Por ejemplo, no hay ninguna duda acerca de que Hanna Danby fue su ama de llaves durante 40 años, pero sus relaciones sexuales surgieron orgánicamente del trabajo que estábamos haciendo con los personajes. Y si de alguna manera hubiera parecido incorrecto con respecto al personaje de él o de ella, no lo habríamos hecho.” Hanna Danby, interpretada por Dorothy Atkinson, una mujer coja, débil y tartamuda que rodea al arisco pintor de una cálida familiaridad que él no hace ningún esfuerzo por agradecer, es una figura dramática creada para expresar la insensibilidad personal de Turner. Su amor no solicitado es una tragedia silenciosa que dramatiza la brutal indiferencia que el pintor mostraba a veces hacia las personas que le rodeaban.


Turner discute con su contemporáneo Constable en la academia.
Por supuesto, quien sufrió en mayor medida las consecuencias de la meticulosidad del director fue el actor Timothy Spall, que  interpreta a Turner extrayendo un gran partido expresivo de su generosa corpulencia. Spall tuvo que seguir un curso de pintura de casi tres años, desde el dibujo hasta la pintura al óleo, con el fin de interpretar correctamente al pintor enfrentándose al lienzo. Al final, llegó a alcanzar el dominio de la pintura que Turner tenía a los nueve años, lo que según él mismo reconoce, no está nada mal. Sin embargo, toda esa preparación tiene sus compensaciones: este es un raro papel protagonista para este veterano del cine de Leigh. Spall destacó en películas como Secretos y mentiras (1996) o Todo o nada (2002) haciendo complejos e interesantes esa clase de personajes secundarios en principio poco destacables: un fotógrafo de barrio que ha prosperado y que se esfuerza por afrontar la vida con optimismo, un taxista que vuelve a descubrir de manera inesperada el amor en un matrimonio que parecía agotado. Gracias al éxito de estas películas, Spall se convirtió en un secundario habitual del cine de Hollywood, dónde su presencia física le ha relegado habitualmente a la condición de secundario. Ahora, su voluminosa fisonomía resulta perfecta para dar vida a Turner: “Cuando me miro al espejo, veo una gárgola” le dice el pintor a su amada, la señora Booth. Spall convierte su contundente cuerpo de gárgola en una herramienta de aspecto tosco con la que consigue expresar finos matices, como esos sutiles temblores en las manos al recibir la visita de las muchachas que según él no son sus hijas.

Turner era un paisajista romántico que buscaba su inspiración en la naturaleza, Leigh es un realista urbano que examina el comportamiento de sus personajes a través de sus circunstancias sociales. La película sitúa las pinturas de Turner en un contexto muy preciso: un Londres decimonónico increíblemente vívido; al mismo tiempo, sugiere que la cualidad excepcional de su pintura tiene sus raíces en el temprano éxito que permite la independencia creativa y en la resistencia instintiva a acomodarse en las convenciones que se corresponden con su nueva posición. Pero Leigh también permite que la visión del pintor tenga su lugar en la película, dejando que la naturaleza adquiera una resonancia emocional que llega a apoderarse de la película por completo.