lunes, 30 de marzo de 2015

Cortometraje: Rat Pack Rat (Todd Rohal, 2014)

Todd Rohal es un cineasta inclasificable. Sus películas se han definido como “comedias negras psicotrónicas”  y solamente sus títulos (The Catechism Cataclysm, The Guatemalan Handshake) dan una idea de lo peculiar de su humor. De cualquier manera, ha conseguido un conjunto de fans modesto pero fiel, superando las pésimas críticas que recibe habitualmente y las reacciones no siempre positivas de gran parte del público.  En 2012, Rohal vivió una experiencia muy desafortunada durante el rodaje de Nature Calls, una comedia comercial protagonizada por el cómico Patton Oswald: “Fue un completo desastre para mi, porque la hice con gente a la que no le gustaban mis ideas, que no confiaba en mi”. Lo que no de extrañar, en el fondo, porque las ideas de Rohal utilizan los aspectos más profanos y ridículos de la existencia para mostrar intentos quizá no demasiado bien encaminados de acceder a lo sublime. De cualquier manera, a comienzos de 2013 Rohal se encontraba en un momento delicado cuando su amigo el actor Eddie Rouse acudió en su ayuda.

    “Eddie Rouse, el actor que sale en el corto, vino y me dijo: ‘Tengo la idea de que podría interpretar a Sammy Davis Jr. ¿Podrías pensar en algo?” Yo le dije: “Bueno, no puedo hacer un biopic, pero déjame ver si puedo escribir algo…” Y comencé a  escribir un largometraje acerca de un imitador de Sammy Davis Jr. que vive en Reno, acerca de lo que significa estar en lo más bajo, cuando no te sale nada bien, pero sigues insistiendo y siguiendo tu camino. Estaba escribiendo eso cuando desarrollé esta escena para él y para Steve Little, que se convirtió en el corto. Me di cuenta de que no podía poner en pie el largometraje pero que podíamos rodar este corto en tres días en Austin. Simplemente quería hacer algo nuevo.”
Rohal recurrió a la plataforma de crowdfunding Kickstarter para financiar el cortometraje, que se presentó en el festival de Sundance de 2014, ganando un premio especial del jurado por su visión única.

    En Rat Pack Rat, Eddie Rouse interpreta a Dennis, un imitador de Sammy Davis jr contratado para animar el cumpleaños de Brandon, un joven enfermo que ha vivido toda su vida encerrado en su habitación y conectado a una extraña máquina. “Hay un tío aquí en Austin llamado Nick Derington que es un ilustrador de comics, y tiene esa increíble habilidad para crear esa clase de atrezzo. Me dibujó una imagen de lo que iba a construir y me dijo que se podía hacer con piezas del Home Depot por unos 150 dólares. Estábamos buscando algo de aspecto victoriano, mezclado con la tecnología setentera de los pulmones de acero y él creó este aparato de color verde vómito. Nuestro mantra para todo el proyecto era ‘manchado de orines’. Todo tenía que parecer como si se hubiera vomitado cien veces encima. Desde el punto de vista del color, creo que lo clavamos con esa máquina.” Los personajes de esta historia son perdedores que reclaman afecto, algo que puede ser tan ridículo como inquietante.( Es necesario advertir que este cortometraje no se ajusta a los criterios habituales de buen gusto. ) El aspecto más triste de la historia es que se convirtió en la última interpretación de Eddie Rouse, que falleció en diciembre de 2014 debido a una enfermedad hepática, después de una carrera de actor de reparto en el cine independiente, pero con apariciones en cintas de Hollywood como American Gagster y Superfumados. Su interpretación en este corto es uno de sus mejores trabajos, una creación cálida y emotiva con un asombroso dominio de registros aparentemente contradictorios.


jueves, 26 de marzo de 2015

Puro vicio

T.O: INHERENT VICE
DIR: PAUL THOMAS ANDERSON
INT: JOAQUIN PHOENIX, JOSH BROLIN, CATHERINE WATERSTON, BENICIO DEL TORO, OWEN WILSON
EEUU, 2014, 146'



El lugar es la baja California, a principios de la década de los setenta. Los asesinatos de la familia Manson ya han ocurrido, y resulta imposible no pensar en ellos cuando uno se cruza con algún hippie desaliñado. El sueño de amor y paz ha tomado un rumbo oscuro, y la atmósfera comienza a estar envuelta por la neblina de paranoia que dominará la década que comienza. Así están las cosas cuando el detective privado Doc Sportello (Joaquin Phoenix) recibe la visita de su ex novia Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterstone) en su casa de Gordita Beach. Shasta es una presencia luminosa, la clase de chica en quien los Beach Boys podrían estar pensando cuando cantaban California Girls. El susurro de su voz parece tener poderes calmantes, pero cuando una chica entra por la puerta de un detective privado, ya sabes lo que pasa. Shasta viene con una historia acerca de su amante, el famoso promotor inmobiliario Mickey Wolfman, y del extraño plan de la mujer de éste para internarlo en un psiquiátrico. Inmediatamente queda claro que Doc deberá acercarse a tierra firme, visitar algunos lugares pintorescos, conocer a toda clase de personajes, hacer preguntas, tratar de entender las respuestas, probablemente poniendo nervosa a gente no demasiado recomendable en el proceso.

    Esa es más o menos, la vida del detective privado. Lo que ocurre es que Doc es un ejemplar poco característico de esa profesión. Permanentemente rodeado por una densa nube de humo de marihuana y una espesa capa de vello facial, Doc es un hippie playero que comienza a darse cuenta de que su mundo ha empezado a desvanecerse. Unos años atrás, habitaba una utopía playera repleta de surferos, combos de música surf, misticismo oriental y flores en el pelo, pero ahora el exceso de marihuana comienza a provocarle accesos de paranoia que el mundo real no se molesta en desmentir. Vive en una especie de letargo del que despierta a trompicones, cada vez que un nuevo personaje entra en su vida o se produce una revelación importante. Cuando algún aspecto de la trama presenta ramificaciones siniestras (conspiraciones gubernamentales, extrañas organizaciones secretas que controlan los resortes del poder, esa clase de cosas) reacciona con un inesperado asombro, como si hubiera sospechado que algo así estuviera teniendo lugar, pero se hubiera resistido a creerlo hasta que no le quedase más remedio. Y habrá abundantes momentos para el asombro en su recorrido, pues Doc se cruzará con bandas de moteros nazis, con un saxo tenor supuestamente muerto que ejerce de agente provocador y confidente policial, con un dentista de aspecto estrafalario quizá demasiado aficionado a las drogas recreativas, con militantes del black power que descubren afinidades con la hermandad aria respecto a sus actitudes acerca del gobierno. Todos ellos puede que formen parte, o no, de alguna conspiración, bien como agentes o bien como víctimas, o bien como una combinación confusa de ambas cosas. 

Joaquin Phoenix es el detective privado hippie Larry "Doc" Sportello
Es una película en la que Doc va de un escenario a otro, manteniendo conversaciones en voz baja, apuntando nombres y direcciones, recibiendo advertencias o amenazas más o menos veladas. La trama comienza a volverse cada vez más delirante, el mundo en el que se desarrolla, más amplio e impenetrable. Todo el mundo parece tener extrañas afiliaciones, intenciones secretas y una amplia variedad de apetitos. La sucesión de personajes secundarios es inacabable, cada uno de ellos con su nombre absurdo (Sauncho Smilax, Japonica Fenway, Puck Beaverton, o Rudy Blatnoyd) y con su particular idiosincrasia que comienza con el vestuario y termina con alguna cosmovisión peculiar. Tras toda esa confusión comienza a perfilarse la presencia de una organización ampliamente sospechosa, una organización con un nombre (el Colmillo Dorado) y muchas formas (una goleta de velas rojas, un cártel asiático de la heroína, un refugio fiscal para dentistas…). Poco a poco, Doc comienza a sospechar que el Colmillo Dorado puede estar involucrado de una manera u otra en todo lo que ocurre. Por supuesto, en la desaparición de Mickey Wolfman, pero también en lo que pueda ocurrirle a su antigua chica, algo que toca a Doc más directamente. Pero su realidad se mantiene siempre imprecisa, como la de un barco que se aleja tras la niebla o como la historia de alguna siniestra conspiración oída a medias en algún garito oscuro de labios de alguien alterado por demasiados estimulantes.

    Es, inequívocamente, el mundo de Thomas Pynchon, el legendario escritor norteamericano en cuya novela Vicio propio, de 2009, está basada esta película. La leyenda de Pynchon es tan poderosa que incluso alguien con el prestigio de Paul Thomas Anderson se ha sentido obligado a rendirle homenaje adaptando su libro de la manera más fiel posible. ¿Qué tienen de especial los libros de Pynchon? El propio autor advertía, en la presentación de una de sus novelas,  que “hay personajes que dejan lo que están haciendo para ponerse a cantar canciones por lo general estúpidas. Tienen lugar extrañas prácticas sexuales. Se hablan oscuros lenguajes, no siempre de manera idiomática. Ocurren sucesos contrarios-a-lo-conocido. Si no es el mundo, es lo que el mundos sería con un ajuste menor o dos. De acuerdo con algunos, ese es uno de los principales propósitos de la ficción.” Todo eso es cierto, y además se conjuga en unas tramas generalmente impenetrables, en las que cada vez que aparece alguna resonancia histórica o cultural pronto se verá ahogada por algún chiste tonto o alguna oscura referencia a la cultura popular, y en las que la estructura general, habitualmente laberíntica,  aparece enterrada por una sucesión de personajes y acontecimientos improbables, de manera que cualquier significación se vuelve elusiva. Pynchon combina la densidad y la exigencia intelectual de la literatura modernista de principios del siglo veinte con el humor absurdo de alguna troupe cómica particularmente desenfrenada, como si fuera una adaptación de James Joyce elaborada a la manera de cartoon de la Warner.

Josh Brolin es el teniente detective Christian "Bigfoot" Bjornsen, la némesis de Doc

    Este es el mundo de Thomas Pynchon, pero quien nos guía por él es Paul Thomas Anderson. Su adaptación es sin duda una lectura personal de la novela, caracterizada por la atmosfera teñida de melancolía que dota de gravedad y romanticismo al mundo que habitan estas criaturas tan estrafalarias, algo que se percibe desde la extraordinaria primera secuencia y que se apoya en la banda sonora de melodrama noir compuesta por Jonny Greenwood. La película está fotografiada por Robert Elswitt en unos vivos e intensos 35 milímetros “como si el botón de contraste de la Creación hubiera sido tocado apenas lo suficiente para darle a todo un leve resplandor, un filo luminoso”; el recorrido por el Los Angeles de 1970 es detallado y colorido, una recreación en la que Anderson vuelca su propia nostalgia de un mundo que creía estar al filo mismo del futuro al mismo tiempo que se revelaba como una aparición efímera. El director lima la ingobernable trama de la novela para señalar algunas posibles salidas al laberinto (aún así, la narración es decididamente confusa) y podemos escuchar la característica cadencia sonora de la prosa de Pynchon gracias a la presencia de una narradora interpretada por la arpista indie Joanna Newsom, que básicamente se dedica a recitar fragmentos del libro. Anderson distribuye en cada escena una generosa cantidad de gags visuales con el fin de mantener un tono suficientemente absurdo: el encuadre se convierte en un tapiz lleno de detalles que reclaman nuestra atención, desde la detallada ambientación hasta los más absurdos elementos de caracterización.
Katherine Waterston, como Shasta, es la revelación de la película.
    Si, pero ¿Qué es en realidad lo que está pasando en todo este frenesí vagamente psicodélico? ¿Quién es el responsable de todas estas desapariciones y apariciones? ¿Qué es exactamente el Colmillo Dorado y dónde se le puede encontrar? Todo lector de Pynchon Pestá familiarizado con ese momento en el que la narración comienza a parecerse a una filigrana elaborada con cabos sueltos, y que la elaborada prosa se convierte en una espesa capa de niebla que solo deja entrever las formas del mundo real. Hay una bifurcación en el centro de cada una de las novelas del autor: uno de los caminos lleva a tratar de descifrar todos los acontecimientos, desenmarañando las esquivas relaciones de causa y efecto que esconden los acontecimientos absurdos. Ese empeño ha dado lugar a verdaderas enciclopedias. El otro camino consiste en aceptar el absurdo de la sucesión de acontecimientos, y relajarse tratando de disfrutar de los placeres que nos ofrece, entre ellos el descubrimiento de nuevas posibilidades en el uso del lenguaje. En el caso de la película de Anderson, hay suficientes estímulos visuales y sonoros como para concentrarse únicamente en su contemplación: las flautas románticas y lánguidas de la banda sonora, los ocasos arenosos frente a la costa del Pacífico, el erotismo de un desplegable de Playboy de hace cuatro décadas, o los interiores decorados con maderas nobles y alfombras oscuras que alojan algún extraño centro de poder. Sin olvidarnos del propio sonido de los diálogos, que se retuercen elegantemente como si los personajes hubieran aprendido a hablar viendo reposiciones de viejas películas en las que George Sanders interpreta a algún comandante.

    Las novelas de Pynchon ponen al espectador frente a un dilema existencial entre la posibilidad de un mundo de estímulos fugaces e inconsecuentes y la persistente sospecha de una trama que engloba toda la historia. Durante cientos de páginas, el autor extiende la narración resistiéndose a resolver el dilema, lo que le ha granjeado cierta fama de autor incomprensible. Anderson respeta esa filosofía, que sin duda desconcertará a parte de la audiencia. Pero el tema que se impone en la adaptación es la añoranza melancólica del pasado, una nostalgia que se apodera de cada una de las imágenes. El anhelo por recuperar un antiguo amor de playa es un reflejo emocional del anhelo por recuperar el tiempo pasado, la ciudad que se desvanece para siempre entre desagradables maniobras inmobiliarias y oscuros movimientos del poder. Ambos anhelos son románticos pero se revelarán como inútiles y quizá peligrosos, puesto que se corre el riesgo de dejarse llevar por la fantasía y no divisar la realidad más que a través de una neblina de ensoñación. Aunque quizá Anderson quiere sugerir que esa fantasía nostálgica es el único refugio que les queda a quienes se encuentran repentinamente fuera de lugar tras algún extraño movimiento de cintura de la Historia.

lunes, 16 de marzo de 2015

Maps to the Stars

DIR: DAVID CRONEMBERG
INT: JULIANNE MOORE, MIA WASIKOWSKA, JOHN CUSACK, ROBERT PATTINSON
CANADA, 2014, 111'





Existe todo un subgénero literario conocido como “la novela de Hollywood”, que se dedica a explorar las tragedias y farsas que ocurren en esa colina de Los Ángeles que hace más o menos un siglo se convirtió en el epicentro del mundo del espectáculo. Sin embargo, Bruce Wagner es el único escritor que ha dedicado la mayor parte de su obra a explorar ese peculiar subgénero. Wagner, cuya única novela traducida al castellano es El palacio del crisantemo, se caracteriza por investigar las vanidades de la industria de los sueños a través de un estilo que oscila entre el costumbrismo y la sátira, además de una prosa caracterizada por afilados diálogos llenos de jerga del showbiz. Sus personajes no son tanto las grandes estrellas sino los satélites que se mueven a su alrededor. Son los hijos sin talento de las estrellas, los terapeutas, abogados, aspirantes a actores que trabajan como camareros o conductores de limusinas, gurús de autoayuda, agentes, asistentes, en general los cuerpos menores de la constelación cinematográfica. Las novelas de Wagner pretenden ofrecer el punto de vista de un insider, y están llenas de referencias a figuras reales, de manera que una reseña reciente se atreve a aventurar que “ser mencionado en una novela de Bruce Wagner se convertirá en un símbolo de estatus en Hollywood”

Mia Wasikowska
    El guión de Maps to the Stars, puro Bruce Wagner, fue escrito veinte años atrás; el director David Cronenberg se ha pasado buena parte de la última década tratando de poner en pie el proyecto. Cronemberg, a diferencia del escritor,  no es alguien que forme parte del mundo de Hollywood: más de una vez se ha enorgullecido de rodar la mayor parte de su filmografía a una media hora de distancia de su casa en Toronto. De hecho, esta película supone la primera vez que el director canadiense rueda en los Estados Unidos, un total de cinco días de grabación destinados a registrar las localizaciones más reconocibles, como el paseo de las estrellas de Hollywood Boulevard y el famoso letrero. El Hollywood de Cronemberg es más bien un lugar mental, en el que, como en Belle de jour, los sueños, las ficciones y la vida real se suceden sin solución de continuidad, confundiéndose entre ellos de manera cotidiana. De esta manera, uno no puede estar nunca seguro de lo que es real o imaginario, y quizá incluso el pasado no sea más que un recuerdo inventado.

   La mayor parte de los personajes de Maps to the Stars conviven con la presencia de fantasmas. Havana Segrand (Julianne Moore) recibe la visita del joven espíritu de su madre, una legendaria actriz fallecida muchos años atrás. Havana sueña con interpretar el papel que convirtió a su madre en una estrella en el remake del clásico “Aguas robadas”. El actor infantil Benjie Weiss (Evan Bird), estrella de la franquicia Bad Babysitter, se verá acechado por el fantasma de una niña, enferma terminal, a la que visitó en el hospital a modo de artimaña publicitaria. Mientras tanto, una misteriosa joven llamada Ágatha (Mia Wasikowska), que cubre casi por completo su cuerpo recorrido por viejas quemaduras, vuelve a Hollywood tras abandonar el hospital psiquiátrico en el que estaba internada. Su presencia se convertirá en una aparición fantasmal para quienes creían haberla apartado de sus vidas, entre ellos algunos de sus familiares más cercanos. Por supuesto, todas esos personajes cruzarán sus trayectorias en más de una ocasión, creando un tapiz de relaciones de consecuencias verdaderamente imprevisibles.

    Maps to the Stars
parece la versión recortada de una interminable serie de sobremesa, un culebrón repleto de interiores lujosos, retorcidos conflictos familiares, vestuario glamouroso y revelaciones dramáticas. La película avanza sin dar demasiada importancia a nada de eso, como si los giros argumentales que se suceden a cada escena fueran simplemente elementos de la vulgaridad cotidiana, a los que nadie da demasiada importancia. Los actores interpretan con discreta corrección cada revelación de incesto, cada acto de piromanía, cada estallido de violencia inesperada, como si no fueran algo con lo que se enfrentaran todos los días. La puesta en escena es discreta, casi convencional. David Cronemberg se ha ganado una fama de cineasta inquietante no solamente gracias a su predilección por los temas más perturbadores, sino por su mirada fría y alejada, que convierte los elementos más atroces en algo perfectamente cotidiano. Su cine se parece en ese sentido a la pintura de Magritte, en la que la sencillez del trazo amplifica la sensación de extrañeza que nos provocan sus figuras. La sencillez expresiva le sirve a Cronemberg para efectuar continuos cambios de tono, algo en lo que es sin duda un maestro. Durante todo su metraje, Maps to the Stars navega por una atmósfera de incertidumbre, en la que lo que al principio parece una sátira divertida puede convertirse en un melodrama, y el terror o el surrealismo pueden aparecer en cualquier momento.


Evan Bird es la estrella infantil Benjie Weiss
    Es evidente que Maps to the Stars no aspira a reflejar de manera precisa el microcosmos social de Hollywood. No es una sátira, ni una crítica de la cultura del la imagen o del éxito. Es una exploración de los riesgos de vivir en un mundo dominado por la imaginación. Maps to the Stars se desarrolla en un lugar habitado por seres que aspiran a formar parte de las fantasías privadas y colectivas, pero como si la imaginación se tomara su venganza sobre la materia, deberán enfrentarse al hecho de que cada momento de sus vidas y cada centímetro de sus cuerpos se verá medido y tasado, reducido únicamente a sus aspectos cuantificables. No es de extrañar entonces, que la fantasía se apodere de los momentos más cotidianos, se introduzca en sus rutinas diarias, incluso provoque alteraciones en sus cuerpos a través de quemaduras, ahogamientos, hemorragias, golpes y diversos actos de agresión. Como el resto de la filmografía de David Cronemberg, Maps to the Stars es una fantasmagoría acerca del eterno conflicto entre la mente y el cuerpo. 

   

viernes, 13 de marzo de 2015

Banda Sonora: Puro vicio (Inherent Vice) de Jonny Greenwood








      La aparición de Jonny Greenwood es lo más relevante que ha ocurrido en  el panorama de la banda sonora  cinematográfica de los últimos años. Greenwood, guitarrista del grupo de rock Radiohead, irrumpió en el mundo del cine en 2008 con la música de Pozos de ambición (There Will Be Blood), una composición sombría y ominosa que  dominaba las imágenes de la película de Paul Thomas Anderson como un cielo que sugiere premoniciones  de tormenta. En esa película, y en The Master, su siguiente colaboración con Anderson, la música de Greenwood estaba sometida a la influencia de Krzysztof Penderecki, un compositor modernista polaco al que Greenwood profesa la misma devoción que muchos de sus fans profesan a Radiohead. (Puede que no te suene el nombre de Penderecki, pero seguro que has escuchado su música en bandas sonoras de películas como El exorcista y El resplandor) Pero la tercera colaboración de Anderson y Greenwood requería un cambio de estilo. Puro vicio (insultante título español, muchas gracias, Warner), adaptación de la novela de Thomas Pynchon titulada en España Vicio propio, necesitaba, en palabras del director, “La atmósfera ligeramente siniestra de una banda sonora orquestal de una de las viejas películas de Warner Brothers”. Clásica, envolvente, romántica y suntuosa. Así es la composición de Greenwood para Puro vicio, una banda sonora que parece extraída de un melodrama noir de lo años cuarenta.



    Lo que es curioso, porque la película se desarrolla en los años setenta, es más, la época y el lugar (la california del fin de la cultura hippie) son sus verdaderos protagonistas. Es una película de patillas pobladas, amplias solapas, aroma a marihuana: una exploración quizá un poco exagerada de la cultura playera en la que surferos, saxofonistas y sacerdotisas de algún culto espiritual apuran los últimos vientos de los años sesenta entre ráfagas de paranoia. El personaje principal  es “Doc” Sportello, un detective privado aficionado a la marihuana y con una actitud, en general relajada. “Doc” recibe la visita de una de sus exnovias, quien le encarga investigar la desaparición de su actual pareja, un oscuro promotor inmobiliario. El hilo de la investigación conducirá a “Doc”, como no,  a una incomprensible conspiración en la que está implicada una siniestra organización clandestina de dentistas, varios cárteles de la droga y personajes que se mueven en un estado incierto entre la vida y la muerte. Es una rememoración distorsionada de una época desaparecida, y musicalmente, una versión distorsionada de los años setenta es lo que podemos encontrar en el tema de Can “Vitamin C”: un ritmo funky y psicodélico extrañamente bailable con una intrigante letra gritada en un inglés fuertemente acentuado. “Hey you! You’re losing, you’re losing, you’re losing, you’re losing your vitamin C!” “No tengo ni idea de lo que dice la letra de Vitamin C” Dice Anderson- “Pero me parece ideal. Las dos cosas más importantes de esa canción son el ritmo y la paranoia. ¡Vaya combinación!”.


Otras canciones acompañan a “Vitamin C” en su objetivo de evocar una época: el country nostálgico de Neil Young en “Journey Through the Past”, el exotismo tropical de Lex Baker en “Simba”, el soul de la versión de “Any Day Now” interpretada por Chuck Jackson. Muchas de esas canciones no son representativas de los años setenta, dado que fueron éxitos en temporadas anteriores, pero contribuyen igualmente al espíritu del momento. “Esa variedad partió de Pynchon. – Explica AndersonSi dependiera solamente de mi, hubiera metido un montón de canciones de lo 70. Pero si piensas en la época en la que se desarrolla la película, la radio está poniendo una gran variedad de música, más allá de los éxitos de la época. Trabajar a partir del libro me permitió partir de un lugar desde el que no iba a tratar de replicar la época de una manera tan obvia. Y luego está el sonido de las canciones. La canción de The Cascades “Rythmn of the Rain” tiene realmente un sonido genial. Me encanta ese instrumento tintineante que suena como un cruce entre un vibráfono y un xilófono de una banda de marchas. Es simplemente un sonido genial. Y creo que las canciones hacen la película más sentimental, en un buen sentido. Hay verdadera dulzura en ellas.”


Puro vicio es la primera adaptación al cine de una obra de Pynchon, famoso por su carácter huraño y por los intrincados laberintos de sus tramas. Vicio propio es su novela más accesible, lo que facilita la tarea de adaptación. Aunque Anderson no renuncia a la densidad de la trama, tiene más difícil incorporar el otro aspecto más característico del autor: su elaborado estilo literario, compuesto por frases largas y sonoras que hacen piruetas por el alambre antes de llegar a lugares inesperados. La solución que ha encontrado el director es introducir la figura de una narradora, interpretada por la arpista indie e insospechado icono de moda Joanna Newsom, con el fin de recitar fragmentos de la narración  de Pynchon.  Para la banda sonora, Greenwood ha decidido combinar la voz de Newsom con un viejo tema de Radiohead que la banda nunca llegó a grabar, Spooks. Greenwood ha adaptado este temas para la ocasión con una versión protagonizada por un sonido de guitarra tranquilo y relajante.

lunes, 9 de marzo de 2015

Fuerza mayor

T.O: TURIST
DIR: RUBEN
ÖSTLUND
INT: JOHANNES BAH KUHNKE,
LISA LOVEN KONGSLI
SUECIA, 2014, 120'














 
Un nuevo episodio en la larga historia de la crisis de la masculinidad. Esta vez, se desarrolla en una estación de esquí en alguna parte de los Alpes franceses. Los protagonistas son una familia sueca: un matrimonio joven y sus dos hijos pequeños y rubios. Se alojan en un hotel de lujo, un entorno de superficies limpias y brillantes iluminado por una luz fluorescente blanquecina y difusa. Sonríen, aunque no demasiado. Desde cierta distancia parecen razonablemente felices, aunque no muy efusivos, a su estilo nórdico. Desde cierta distancia, porque el director Ruben Östlund no se acerca demasiado a sus personajes, no lo suficiente, por lo menos,  para que se nos revele su personalidad de manera distintiva. Contemplados de esa manera, como figuras diminutas serpenteando en sus esquís por el paisaje nevado, figuras que intercambian gestos y frases cotidianas en encuadres fijos y amplios, Tomas (Johannes Bah Kuhnke) y Ebba (Lisa Loven Kongsli) son simplemente el hombre y la mujer. Y todo les parece ir razonablemente bien


    Hasta que un incidente pone a prueba la fortaleza del vínculo familiar. La familia almuerza en una pintoresca terraza con impresionantes vistas a las cumbres nevadas cuando se desencadena una avalancha: Tomas confía en que todo esté controlado y se dedica a grabar con su iPhone, pero la avalancha no parece detenerse y amenaza con llevarse por delante la terraza. Entonces, Tomas sale corriendo de manera poco digna, dejando a su suerte al resto de su familia. La pantalla se cubre de polvo de nieve en unos segundos inciertos; cuando todo se disipa y vuelve la calma, queda claro que no ha sido más que un susto. Tomas vuelve a la mesa tratando de bromear sobre lo sucedido, pero tras su comportamiento la condición de paterfamilias ha quedado en entredicho: una profunda grieta parece haberse abierto en su masculinidad.

    A partir de aquí, la película deriva hacia la exploración de un trauma familiar, en el que Tomas se enfrenta al reconocimiento de su indignidad y Ebba a la posibilidad de la comprensión y el perdón. Östlund, a modo de contrapunto, alterna las evoluciones de sus personajes con una serie de momentos en los que se muestra el funcionamiento de la estación de esquí: los cañones que detonan las avalanchas para que siempre haya suficiente nieve en las pistas, los vehículos que aplanan la nieve, el intrincado mecanismo del telesilla. Son visiones de un paisaje majestuoso controlado, domado por la mano del hombre. Parece como si el fin último de la experiencia vacacional fuera eso mismo: sumergirse en un paisaje de escala desbordante en el que la insignificancia humana parece absoluta para luego afirmar el dominio sobre esa naturaleza mediante la tecnología y la experiencia. Aunque la familia protagonista descubrirá que ese dominio sobre la naturaleza quizá resulte más precario delo que parece.

   

jueves, 5 de marzo de 2015

El país de las maravillas

T.O: LE MERAVIGLIE DIR: ALICE ROHRWACHER  INT: MARIA ALEXANDRA LUNGU, SAM LOUWYCK, ALBA ROHRWACHER, MONICA BELLUCCI. ITALIA, 2014, 110' 
 La familia de apicultores que protagoniza El país de las maravillas es poco convencional. El padre Wolfgang (Sam Louwyck), es alemán; la madre, Angélica (Alba Rohrwacher), italiana. Habitan una destartalada graja en la Toscana y tienen cuatro hijas. La mayor, Gelsomina (María Alexandra Lungu), tiene doce años y parece ser la persona que gobierna este caos de gritos, trifulcas y abrazos. Marinella tiene ocho años y no disfruta mucho del esfuerzo que supone mantener una granja; Luna y Caterina, muy pequeñas, corretean por el campo chillando y tropezándose con todo, convirtiendo en un juego caótico las situaciones más inapropiadas Hay otra mujer, Cocó (Sabine Timoteo), que habla a veces alemán con Wolfgang y de la que nadie nos explica que relación tiene exactamente con el resto de la familia. Más tarde aparece un muchacho alemán, Martin, que se une  temporalmente a la familia dentro de un programa de acogida para jóvenes delincuentes. Martin tiene unos diez años y no dice ni una palabra en toda la película. El mundo en el que viven todos ellos es un verano de hierbas secas, tomates madurando en el huerto, noches bochornosas y baños en una cala cercana. Y las abejas, claro. Toda la vida gira en torno a la miel. Gelsomina, en concreto, se ha convertida en una experta apicultora: sabe dónde encontrar a las abejas cuando huyen de sus colmenas, cuáles son los males que les afectan, cómo quitar sus picos de la piel de su padre. Ella es esencial, sobre, todo, para tratar de controlar a sus hermanas, que amenazan con desatar el caos cada vez que aparecen en el encuadre. Este universo bullicioso parece constituir un mundo independiente para todos quienes lo forman, en parte debido al aislamiento que supone vivir en una granja alejada  del resto de la civilización.  

Una familia en la naturaleza
 Alice Rohrwacher nos introduce sin preámbulos en la dinámica familiar. No hay presentaciones formales, y desde el principio nos vemos obligados a descubrir las relaciones entre estos personajes en continuo movimiento: sus afinidades secretas, sus pequeñas traiciones, sus lenguajes inventados, sus rivalidades y rebeldías. La película oscila entre el registro detallado de la intimidad (las niñas que juegan fantaseando con su canción preferida, el temor ante los accesos de ira del padre, las discusiones de una pareja que no siempre comparte todo lo que ocurre entre ellos) y el misterio acerca de las cosas que no se desvelan. ¿Quién es exactamente Coco y qué hace ahí? ¿De donde han venido Wolfgang y Angélica y por qué han decidido refugiarse en una granja? Tenemos la impresión de estar pasando unos días con una familia algo excéntrica, descubriendo en sus actividades cotidianas las idiosincrasias que han desarrollado en su convivencia. De todo este bullicio, sin embargo, pronto comienza a definirse el protagonismo de Gelsomina y su enfrentamiento con Wolfgang. Su drama es una historia muy antigua: tan pronto como comienza a crecer y a desarrollar su individualidad, la muchacha necesita afirmarla liberándose de la dependencia hacia su padre.     


    Wolfgang es una persona con un carácter ciertamente arisco, que alza la voz con más frecuencia de lo deseable. Pero su autoridad se ve desafiada continuamente por el caos que se desarrolla a su alrededor. Su pasado queda sin mencionar, de vez en cuando deja entrever algunas ideas apocalípticas acerca de una pronta catástrofe mundial en la que la vida en la naturaleza sería la única vía de supervivencia. Gelsomina es su lugarteniente, imprescindible para controlar  desorden familiar y entender a la abejas. Ella se muestra ciertamente orgullosa de su posición de hermana mayor, y se esfuerza en mantener la actitud más madura posible. Pero a sus doce años Gelsomina comienza a contemplar la posibilidad de una existencia fuera de los dominios familiares, de una autonomía propia. El desencadénate de todo eso, por improbable que parezca, es la televisión. Un equipo del programa “El país de las maravillas”  acude a la zona en busca de familias locales que participen en su extravagante reality rural. Con ellos va la presentadora Milly Catena (Monica Belluci), artificial y misteriosa, con una melena de hilo blanco y un exotismo televisivo que fascina sin medida a las niñas. Para Gelsomina, tiene el embrujo de lo lejano y de lo levemente mágico, pero para Wolfgang, el programa es una burla en la que se disfraza a los lugareños con falsos trajes históricos y que exhibe unos ofensivos estereotipos sobre la vida en el campo. El programa de televisión desencadenará el conflicto entre Gelsomina y un padre al que le cuesta reconocer que su hija pueda adquirir independencia con respecto a él. Martin, el recién llegado, será un testigo mudo de este enfrentamiento, dado que Wolfgang se valdrá de él para recordarle a Gelsomina que en realidad siempre quiso tener un hijo varón. 


Gelsomina (Maria Alexandra Lungo) es quien mantien el orden en la granja.
 Las imágenes de Rohrwacher tienen una presencia artesanal, anacrónica: la directora filma en 16 milímetros y la copia digital es fiel al formato, con una enorme cantidad de grano e incluso unas cuantas imperfecciones bastante visibles. Es una elección completamente adecuada: parece una película rescatada en el tiempo, como los propios personajes, que se empeñan en mantener formas de vida que corren peligro de ser abandonadas. La fotografía de Hélène Louvart potencia los tonos amarillos y ámbar: los colores de la hierba secándose al calor del verano, de los cabellos lacios de Angelica, de los destellos del sol al mediodía y por supuesto, de la miel: la miel que brilla a través del cristal de los tarros, o se desliza por algún dedo goloso, o embadurna las baldosas después de alguna trastada de las niñas. Alice Rohrwacher posee una inquietante capacidad para extraer interpretaciones espontáneas y naturales de todo el reparto, especialmente de las pequeñas protagonistas. Algo así ya lo había demostrado en su extraordinaria ópera prima Corpo celeste (2011), que narraba la crisis religiosa de una adolescente. En El país de las maravillas, hay momentos que parecen robados, con la cámara de Louvart tratando de atrapar los gestos de unas pequeñas actrices que quizá saben que están siendo grabadas o quizá no. Momentos como el nerviosismo callado de la pequeñas ante la presencia glamorosa de Milly Catena, o los juegos y los bailes privados que refuerzan los vínculos entre las hermanas, o la violenta irrupción de los celos fraternos a través de inesperados arrebatos de ira. En todas esas escenas, la película nos convierte en observadores cercanos gracias a la habilidad de Rohrwacher para escrutar los rostros de sus protagonistas en busca de los gestos significativos.

    El país de las maravillas es una película transparente y misteriosa, una detallada observación de una vida cotidiana envuelta en secretos, filtrada por las ensoñaciones de un cuento de hadas. Trata de una familia en la que los adultos han querido huir de alguna clase de pasado no especificado para perseguir una vida más sencilla, más natural, mientras que sus hijas se dejan embrujar por los destellos extraños y lejanos del mundo exterior que identifican, de alguna manera con el futuro. Un mundo exterior que aparece con el velo mágico y vulgar de un programa de la televisión italiana presentado por una divísima Mónica Bellucci. Con esta película, que confirma la buena impresión de su debut, Alice Rohrwacher se consagra como una de las nuevas presencias más esperanzadoras del cine europeo actual.

lunes, 2 de marzo de 2015

Videoclip: The Night We Called it A Day, de Bob Dylan, dirigido por Nash Edgerton

El mes pasado, Bob Dylan estrenó un disco de versiones de Frank Sinatra, y si te resulta extraño imaginarte a Dylan en el papel del crooner por excelencia (solo piensa en la diferencia entre sus voces) prepárate para sorprenderte aún más, porque ahora vas a ver a Dylan en el papel de Bogart.  Se trata del clip realizado para la canción The Night We Called  it A Day, dirigido por Nash Edgerton. En este video, Edgerton dirige y Dylan interpreta un pequeño film noir, con su fotografía en blanco y negro contrastado, sus sombreros fedora y sus interiores art-decó. Hay una mujer fatal  que canta en un tugurio (interpretada por Tracy Phillips, una actriz que ha intervenido en montones de videoclips), un amante traicionado (Robert Davi, que era uno de los malos de Los Goonies y salía también en La jungla de cristal) y unos cuantos disparos. Es un triángulo amoroso con pistolas, y el tono es sombrío y fatalista (Weegee parece estar agazapado en algún callejón, esperando dispararle con la cámara a algún cadáver reciente), pero como en las últimas canciones de Dylan, la emoción predominante es la nostalgia.

    Nash Edgerton es un actor y especialista australiano, hermano del también actor Joel Edgerton. Como director ha firmado el largometraje de suspense The Square, unos cuantos cortometrajes y otros dos videoclips de Bob Dylan, entre ellos el extraordinario clip de Beyond Here Lies Nothin’. Edgerton, además de todo esto, es miembro del colectivo cinematográfico Blue Tongue, formado por su hermano Joel, el director David Michod y Kieran Darcy-Smith, entre otros.