lunes, 15 de junio de 2015

Phoenix

DIR: CHRISTIAN PETZOLD
INT: NINA HOSS, RONALD ZEHRFELD, NINA KUNZENDORF
ALEMANIA, 2014,  98'





       Durante todo el metraje de Phoenix, el mayor drama se desarrolla en el rostro de Nina Hoss. Hoss es Nelly, una cantante judía que regresa de Auschwitz con el rostro desfigurado y un disparo que por poco no alcanzó su destino en su cuerpo. Vuelve a una Alemania de ruinas y escombros donde todos la dan por muerta. Es el año cero y la población se esfuerza por empezar de nuevo, olvidar  los años de guerra. Aunque algunos tratan de recuperar el pasado, volver a vivir la vida tal y como era años atrás, como si los nazis y los campos nunca hubieran existido. El rostro de Nelly, reconstruido por la cirugía, resulta extraño y ajeno para quienes la conocen, incluso para ella misma. Por momentos, adquiere para ella la cualidad de una máscara, como si fuera un elemento extraño cuya capacidad expresiva fuese incapaz de controlar. Nina Hoss oscila durante toda la película entre la rigidez facial, y la incierta emergencia de la expresividad, señalada por la aparición en sus facciones de emociones que se debaten entre la posibilidad de volver a ser la persona que fue antaño o comenzar la nueva vida que se abre ante ella como una página en blanco. Ese rostro, a menudo opaco, misterioso como un enigma, otras veces sorprendentemente revelador, es el centro de gravedad de Phoenix, el terreno en el que se desarrolla el conflicto de la nueva película de Christian Petzold.

    Nelly sobrevivió al infierno de Auschwitz principalmente gracias al recuerdo de Johnny, su marido y pareja artística. Por ello, no nada resulta extraño que, en cuanto las fuerzas se lo permitan, la cantante se arriesgue a salir en su busca por el peligroso Berlín ocupado. Su amiga Lena, que pertenece a la agencia judía y que se ocupa de ella durante la convalecencia, sugiere que fue el propio Johnny quien la traicionó, entregándola a los nazis por cobardía, mezquindad o debilidad. Lena tiene sus propios planes para las dos: dejar todo aquello atrás, mudarse a Palestina. Está buscando un lugar donde vivir en Haifa, o quizá en Tel Aviv. Pero Nelly encuentra a su marido. El pianista sobrevive ahora en un cabaret llamado Phoenix, repleto de soldados americanos. Johnny se ha convertido en una figura desastrada y brutal que se dedica a recoger vasos sucios y expulsar de malos modos a las prostitutas: Nelly se reencuentra con él cuando éste abusa de una de ellas. Johnny, por supuesto, no la reconoce, aunque algo en su nuevo rostro le trae viejos recuerdos. Pronto le propone a esa desconocida uno de aquellos sucios negocios de posguerra: hacerse pasar por su esposa fallecida y repartirse su herencia. Nelly se debatirá entre el anhelo de recuperar el pasado, la persona que un día fue, y la necesidad de comenzar una nueva vida como alguien completamente diferente. Por supuesto, la mascarada que comparte con Johnny hace aflorar la memoria de su juventud, pero la amnesia de él no deja de ser desconcertante. Quizá, después de todo, sea una de esas amnesias culpables tan comunes en aquel momento, una pérdida de memoria parecida a la de otros alemanes que evitaban pensar en ciertos momentos y ciertos lugares de su pasado reciente. 



Nina Hoss, entre las ruinas

    Cambios de identidad, sospechosas pérdidas de memoria, un Berlín en ruinas ocupado por soldadnos americanos que abarrotan los cabarets… todos los elementos de Phoenix son la materia prima del melodrama más puro, quizá con algún toque noir. Pero como en toda su anterior filmografía, Petzold elige un tratamiento preciso y espartano, en el que los sentimientos se expresan con sordina. Cineasta sutil y silenciosos, Petzold se ha convertido en un director que exige la máxima atención de sus espectadores porque cada detalle contiene una precisa significación narrativa o emocional. En esta película de paredes desconchadas y calles llenas de escombros, un viejo vestido vaporoso (rojo y ligero, de un color intenso imposible de ignorar, el vestido de una cantante de cabaret) puede ser el elemento que nos revele de manera inesperada la diferencia entre la persona que lo llevaba antes de la guerra y la que vuelve a ponérselo años después. Es la huella del recientemente fallecido Harum Farocki, colaborador en todos los guiones de Petzold, y un maestro a la hora de detectar los significados culturales presentes en los aspectos más insignificantes de la vida cotidiana. Phoenix es una película más cerebral que emocional, que disecciona a través de su simbología la complejidad social de la inmediata posguerra alemana. La contrapartida de esa precisión y ese férreo control de los detalles es que Petzold no deja que el melodrama suba de temperatura (al menos hasta la extraordinaria escena final) y sobre todo la relación entre Johnny y Nelly, la pasada y la presente, es una pasión que debemos entender en términos principalmente teóricos. 



Escenificando el regreso de los campos para aliviar la culpa.

    Como todas las películas del cineasta alemán, Phoenix lleva en sus imágenes huellas del cine anterior. Por supuesto, está la referencia a Vértigo, una película con la que comparte el estupor ante la reaparición de la amada fallecida. Pero la huella más poderos que presenta la cinta de Petzold es la del  Trümmerfilm, o película de escombros: un conjunto de largometrajes  producidos en Alemania los años inmediatamente posteriores a la guerra  y en los que los personajes deambulaban por escenarios asolados por los bombardeos. Las tramas exploraban el sufrimiento del pueblo alemán durante y después de la contienda, y en ellas se apreciaba un sentimiento de culpa difuso, que habitualemnte se sublimaba mediante el melodrama. Poniendo bajo la lupa los mecanismos de ese melodrana, Petzold y Farocki exploran las maneras en las que los alemanes vivieron el trauma de la guerra, los refugios simbólicos a los que recurrieron para con vivir con la culpa y el dolor. Algo que en este caso significa escenificar el regreso de una víctima de los campos con un deslumbrante vestido rojo, zapatos de París y el maquillaje en su sitio.

    En el centro mismo de toda esta dramatrgia catárquica, Nelly posee una identidad aún más escindida. Su condición judía le vino impuesta por los nazis, una identidad ajena para una cantante de cabaret con debilidad por las canciones de Kurt Weill. La parte alemana de su personalidad siente las mismas ansias de olvidar el pasado reciente y volver a la vida anterior a la guerra que el resto de sus compatriotas. Pero no son solamente los edificios lo que se ha derrumbado en esa Alemania de posguerra. La antigua Nelly ha desaparecido, dejando un vació en su lugar, un vació que debe ser ocupado en algún momento. El rostro de Nina Hoss articula de manera magistral esa condición incierta, incluso en los momentos en los que sus facciones se mantiene inmóviles. Hoss es una colaboradora perfecta para Petzold: una de esas actrices capaces de sostener una escena con su mera presencia. En Phoenix, todos los caminos dramáticos se cruzan en su rostro, un rostro en el  que la recomposición quirúrgica sitúa de manera completamente física al personaje entre el estupor de una nueva identidad y el anhelo por recuperar a la persona que una vez fué.